lunes, 12 de noviembre de 2012

Un baile particular


La llamada llegó, como todo en ti, de manera inesperada y a una hora en la que una dama debería estar definitivamente durmiendo.

—Tienes media hora para estar lista, te paso a buscar en 45 minutos. Quiero llevarte a un lugar especial, te quiero vestida como la puta que eres —. Dijiste antes de colgar el teléfono.

Me quedé unos minutos con el móvil en la mano sin atinar a nada. Mi aspecto era el que correspondía a un día sábado a las 12 de la noche: mis pantuflas favoritas, unos jeans bastante desteñidos y, para mi vergüenza, la parte de arriba del pijama, ese pijama con la sexy tortuga en su borde inferior. 

Dios, odiaba tener que pensar en la ropa que usaría. Suelo ser tan descuidada... pero aun así busqué aquello con lo que deseabas verme. Con cuidado saqué una mini falda negra de cuero, la que había comprado pensando en ti y que me quedaba justo a la mitad de los muslos, una polera a juego con la falda con un escote recatado, aunque eso si, en la espalda tenía una abertura considerable hasta la mitad de la misma. Dudé si llevar algo más para protegerme del frío, sobre todo en las piernas, y finalmente decidí que no, simplemente me pondría los zapatos, aquellos tan lindos que demoré tanto en elegir. La tienda on line donde los compraba era para salir sin dinero, pero aun así ahí los tenía. 10 centímetros de tacón, todo de color negro con una especie de sol en tono rojo... preciosos.

En 15 minutos ya estaba lista: mi pelo había sido tomado en una coleta, los ojos delineados con suavidad simplemente para marcar profundidad, unos aros con forma de hoja me daban el último toque. Ahora sólo quedaba esperar a que llegaras y esa era la parte difícil; las ansias por verte y la emoción por saber a qué lugar me llevarías, hacían que mi corazón y cabeza no dejaran de fantasear. El timbre me sacó de mis ensoñaciones. Miré el reloj y sólo habían pasado 10 minutos. Para variar llegabas con antelación. La puntualidad era otro de tus distintivos.

—Pequeña… —. Tus ojos me recorrieron completamente cuando abrí la puerta. Tu saludo era una mezcla entre jadeo y alegría por verme lista. Diste un paso hacia mí y tu mano izquierda fue a mi nuca, tomaste la coleta y guiaste mi cabeza directamente a tus labios aferrándote a ellos. Tu lengua marcó una vez más su territorio, mientras tu otra mano se enredaba a mi cintura apretándome a tu cuerpo, queriendo fundirte en el abrazo. Bajaste por mi espalda, tu mano se entretuvo en mi trasero tocando el cuero de la mini, levantándola para acariciar la piel que la ropa interior no cubría.

—Mmmm… Si, así te quiero pequeña, dispuesta, siempre dispuesta —. Tu voz era ronca. La lujuria ciega nos envolvía, pero siempre tu autocontrol podía más. Me alejaste de ti, estiraste tu camisa y me jalaste hacia afuera, sin llaves, sin celular, simplemente entraste a coger la chaqueta y cerraste la puerta. Una vez en el auto comenzaste a dar las instrucciones para mi comportamiento de la noche. —Iremos a bailar mi pequeña, quiero que conozcas un lugar donde la lascivia y la lujuria bailan de la mano con las personas. No es necesario que hables, simplemente quiero que te dediques a observar a la gente, sus movimientos, la forma en la que se relacionan los hombres y las mujeres cuando la pasión puede más que la razón —. Mientras hablabas tus manos no dejaban de acariciarme. Una de tus manos en el volante, la otra recorriendo mis piernas, apretando mis muslos, haciendo que mis sentidos se despertaran con tu toque salvaje.

Habíamos llegado, estacionaste en una calle sin salida, en la que a la mitad se veían unas luces brillantes y mucha gente haciendo cola para entrar. Bajé del auto en silencio, tú llevabas mi chaqueta y me la pasaste al llegar a mi lado, hacía frío.

—Adelante, camina, yo te seguiré —. Tu manó golpeó mi trasero con suavidad incitándome a que caminara.

Mientras me ponía la chaqueta y dirigía mis pasos hacia las luces, miraba cada tanto hacia atrás para ver si me seguías. No quería perderte entre el gentío y ahí estabas siguiendo mis pasos como una sombra. La gente ahí presente, sobre todo los hombres, miraban mi cuerpo como si se tratara de una novedad. Debo decir que no soy precisamente una modelo, así que tal vez el andar vestida tan provocativa obviaba el hecho de los kilos de más que tenia, con curvas bien puestas, pero kilos de más al fin y al cabo. Sentí tu mano en mi trasero nuevamente, me quedé quieta, y tu voz susurró en mi oído…

—No mires hacia atrás, no te dejaré, ahora espérame en la puerta, y no te des vuelta.

Estaba sólo a unos cuantos metros de la entrada y los caminé siempre digna. Mi trasero se movía con suavidad, me sentía bella, sexy y sobre todo deseada por ti, y eso era suficiente para hacerme sentir en las nubes. El ruido de la gente, además de la música que salía por la entrada, invitaba a bailar, a sentir. No conozco demasiado la salsa, pero los acordes llegaban a mí con gracia. Tu mano rodeó mi cintura y me sentí en calma. Fiel a ti no había mirado nuevamente atrás, sólo a la gente que me rodeaba, las miradas femeninas y las masculinas cuando tu mano bajó descaradamente a mi trasero, lo apretaste con fuerza, diste un golpe suave y me hiciste entrar ante la mirada atónita de la gente.

El lugar estaba en penumbras en el centro de la pista de baile, alrededor varias mesas con luces pequeñas apenas iluminaban a las personas. El olor era extraño, por un lado tintes florales, como los típicos sprays, por otro lado el olor a cigarro y alcohol, además del olor a cuerpo. No era desagradable pero sí incómodo si venías del exterior. Aún así caminamos por entre las mesas ocupadas hasta una vacía, al lado no había más que un grupo de hombres que entraron antes que nosotros. Te sentaste en la silla que estaba cerca de la pared, a mi en cambio me dejaste la silla que estaba más expuesta, no sólo para el resto de las personas, sino también para ti. La luz de la mesita me daba de lleno en la cara y el cuerpo y eso me ponía nerviosa, estar a tu merced hasta en mis gestos, verías como muerdo mi labio, manía que tengo cuando estoy nerviosa; pero ya la conoces, sabes que me pongo así cuando estoy cerca de ti, sabes que la timidez me invade, pero aún así estas ahí, a mi lado.

—Pequeña… —. Tus ojos estaban fijos en los míos, tu cara estaba seria, casi como si ninguna emoción te embargara. —¿Estás segura de todo esto? ¿Quieres seguir adelante y conmigo? Si es así, quiero que te levantes, quites tu chaqueta y te vuelvas a sentar, hoy todos te observaran como lo que eres.

—¿Uh? Claro que quiero seguir contigo —dije al tiempo que me levantaba y comenzaba a bajar el cierre de la chaqueta. Quité la manga derecha con cuidado, y luego le siguió la izquierda. Cuando ya la tuve en mi mano, simplemente giré un poco mi cuerpo para poder colgarla detrás de la silla y sentí como, al agacharme levemente, la minifalda se levantaba un poco, pero no hice nada, sabía que estabas mirando cada movimiento que hacía.

—Ahora siéntate y cruza tus piernas, quiero que tus muslos queden al descubierto.

—Uhmmm… —, así respondí a tu petición mientras me sentaba. Como tengo los muslos grandotes al cruzar las piernas realmente dejo poco a la imaginación, por suerte la ropa interior hizo lo suyo y no pasé tanta vergüenza mostrando toda mi humanidad y la que de paso te había regalado voluntariamente. 

La música sonaba suave y ambos teníamos un trago frente a nosotros. Tú lo bebías a sorbos pequeños, yo en cambio miraba el mío con recelo, no me gusta el alcohol a no ser que la ocasión lo amerite, pero si por mí fuera no probaría nada. A mis oídos llegaba la música con suavidad, ritmos que invitaban a bailar. Sentía la música en mi cabeza, repetía la letra sin ni siquiera saber como la conocía, pero ahí estaba, cantando mientras te miraba.

“Tiemblo, cada vez que te miro a los ojos, sabes que tiemblo, cada vez que tu cuerpo se acerca a mi cuerpo yo tiemblo”.

Me sonreíste, me derretí y te devolví la sonrisa, aquella típica sonrisa de medio lado que siempre te regalo, además te guiñé el ojo derecho, cómplice. Me devolviste más que una sonrisa cómplice. Me devolviste un beso, uno profundo que dejó mi cuerpo temblando y despierto. Me besaste a conciencia, mordiendo no sólo mi lengua, sino también mi labio inferior antes de separarte.

—¡Me encantas pequeña! Ahora mueve ese culo delicioso y vamos a bailar.

Te levantaste y me tomaste de la mano para que te siguiera. En la pista sólo había un par de parejas bailando, o al menos intentándolo ya que la salsa es rápida y la mayoría solo éramos aficionados al baile. Tus manos se afirmaron en mi cadera, me apretaste a ti, y suavemente tratamos de seguir el ritmo sin dejar de mirarnos. Nuestros cuerpos se buscaban en el baile, apretándonos el uno al otro, tratando de encajar, de sentirnos. Te sentías tan bien, tan cálido, amabilidad y sensualidad, viviendo en las dualidades, erótico y romántico, salvaje y tierno, justo lo que deseaba para mi, que fueras mi complemento.

Tus manos ya no sólo estaban en mi cadera, ahora recorrían mi espalda, apretando, sintiendo.

La música pasó a un tercer plano, ahora sólo importaba el tocarnos, el sentirnos parte del otro. Tu cabeza se escondió en mi hombro, o yo la escondí en el tuyo. No lo sé, sólo sentía tu olor, tibio y dulzón. Un golpe suave en mi trasero, un apretón, un mordisco en mi cuello descubierto. Tu mano jugueteaba en mi culo y con descaro levantaste la ropa. Estaba paralizada, bailando por inercia. Tenía ganas de detenerte, decirte que pares, que la gente estaba mirando, pero sabía que eso sólo haría que hicieses una exploración aún más a fondo.

Seguiste jugando con mi cuello, sólo que ahora tus manos eran más atrevidas; las sentía bajo mi ropa interior. Estábamos a vista y paciencia de todos. Estabas excitado y caliente, al igual que yo. Un gemido bajo, mezcla entre vergüenza y ganas de más, se me escapó. Tus dedos estaban entre mis nalgas, acariciando lo que podían dada la situación en la que nos encontrábamos. Me apreté contra tu sexo y lo sentí duro; me froté contra él; tu mano tomó una de las mías y la llevaste hacia tu miembro.

—Eso que tienes en la mano pequeña, esta noche te tomará, te poseerá y no podrás negarte ¿Entendido? —. Asentí frenética; mis ojos brillaban con anticipación y lujuria. No me había dado cuenta pero llevábamos bastante tiempo sin movernos. Tu boca buscó la mía y me besaste con ternura, esa ternura que me hace estar a tus pies, esa ternura que terminó por ganar mi voluntad y hacerla tuya.

* * * * *

De vuelta ya en la mesa, limpié un poco el sudor que estaba en mi cuello, y aproveché para amarrar mi pelo que había ido perdiendo firmeza. Tus manos estaban en la mesa sin dejar de mirar alrededor. Mis ojos siguieron el recorrido que hiciste y varios hombres y mujeres estaban mirándonos.

—Te están desnudando con la mirada pequeña; fíjate en sus ojos, no se separan de tu cuerpo.

No te creí. Más bien creía que simplemente les pareció impresionante que una mujer se dejase tocar así en público, pero me guardé mis comentarios y bebí un poco del trago que aun estaba sobre la mesa. Amargo. Así sentí el primer sorbo, mi cara se arrugó con disgusto mientras tragaba y tu risa llegó a mí. Obviamente te causaba gracia que perdiese la “dignidad” con algo tan insulso como licor, pero era así, la poca costumbre tenía la culpa.

—No te rías, es vergonzoso —gruñí.

—No, no lo es. Es gracioso y me gusta que sea así de divertido. Es una de las cosas lindas que tienes —. Al decir eso me lanzaste un beso, y todo quedó en risas, dando paso al análisis de los hombres que estaban en la mesa contigua. Llevaban mucho rato sentados, mirándonos, charlando entre ellos, pero sin bailar.

—Pequeña, levántate y ven aquí.

Tú te habías levantado también. Al estar cerca de ti, tus manos fueron directamente a mi trasero.  —Ya nada nos separará esta noche pequeña. Hace tiempo, tan sólo te pedí una noche... ahora las quiero todas. Te quiero aquí, satisfaciendo mis deseos, recorriendo conmigo cada tramo del camino. No quiero nada a medias tintas ¿Entendido?

—Entendido —. Dios, mi corazón latía con fuerza. Tal vez no me estabas pidiendo con formalidad que fuera tuya, pero en tus palabras y acciones estaba implícita la petición, y la aceptaba. Mi elección siempre habías sido tú, sólo que hoy, en este baile tan particular, la confirmaba.

Ya no sólo habría una noche, ahora las tendrías todas.

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