Él abrió despacio
la pesada puerta de madera que daba hacia el cuarto que compartía con su
esposa. Las brazas de la chimenea apenas alumbraban ya, era pasada la media
noche y solo la luz de la vela que portaba en la mano iluminó la estancia por
completo, revelando sobre la cama el
cuerpo de Ainfean, su esposa. Ella
descansaba plácidamente, las batallas la dejaban agotada, si bien era una
guerrera de calidad muchas veces el ser una hembra le pasaba la cuenta, las
marcas de la armadura, los rasguños de las espadas cristianas, además la
presión de ser Jefe Militar de “La guardia de la media luna” traía cansancio
extra. Sonrió a la imagen de su mujer, la conocía mejor que nadie sabía a
ciencia cierta que debía estar abrazando la almohada, era la única forma en la
que lograba conciliar el sueño cuando él no estaba a su lado para abrazarla y
darle calor.
Al verla ahí, tan
frágil, no pudo evitar recordar las risas y bromas que sus compañeros de orden
les dedicaban cada día cuando llegaban retrasados a desayunar, mas eso no le
importaba, no cuando era por y para disfrutar de una hermosa noche de amor y
pasión con su mujer, no cuando las bromas valían la pena, tener a la guerrera
en los brazos era casi tan emocionante como luchar a su lado, con la diferencia
que en esa guerra, ninguno salía herido.
La habitación que
ocupaban en el castillo era la que poseía la mejor vista, desde la ventana se
podía ver el oasis donde se emplazaba el castillo, obviamente era la parte
amable, aquella que invitaba a formar parte de la lucha contra los cristianos, la
otra cara era menos idílica, caballos, monturas, aperos de guerra, armaduras, y
un sin fin de detalles que no se dejaban al azar para mantener el castillo en
funcionamiento cuando las batallas por la libertad musulmana daban una tregua,
luego de todo aquello venía el cruel desierto. Eisha se acercó a la ventana
luego de posar con cuidado la vela en uno de los candelabros de la pared, no
tenía sueño de modo que afirmó su espalda en la pared más cercana a la cama y
en silencio se puso a mirar a la mujer que dormía en ella. No podía evitar
recordar cuando la había conocido, si el amor a primera vista existía, eso era
lo que le había hecho sentir ella, un calor en el corazón, una emoción cada vez
que la veía en las batallas peleando por una causa en común, ardiendo por
dentro cada vez que la miraba, sintiendo su cuerpo endurecer de anticipación.
Cuando por fin se había atrevido a hablarle las cosas habían sido fáciles, ella
sentía lo mismo, por lo que no dudaron en unir sus vidas para siempre.
No pudo evitar
sonreír al ver como al moverse la mujer en la cama, la ropa que la cubría
dejaba al descubierto una porción de su piel, con lascivia admiro las piernas
de su esposa y la parte inferior de sus muslos y nalgas:
— Eres preciosa— murmuró a medida que se
acercaba a la cama para cubrirla.
Cuando estuvo a su
lado tomó la ropa que suavemente se había deslizado con el movimiento del
cuerpo, mas su mano al hacer contacto con la piel de ella desencadenó el mismo
deseo irrefrenable que sentía cada vez que la tenía en sus brazos, no dudo en
acariciar solo con la punta de los dedos la suave piel de su mujer, subiendo
con lentitud por sus muslos, se agachó para estar más cómodo mientras
acariciaba. Ainfean al sentir el contacto se giro nuevamente en la cama, para
quedar ahora con la piel y una parte de su estómago al descubierto, logrando
así que su marido perdiera completamente la razón.
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