lunes, 12 de noviembre de 2012

Entre Sábanas


Él abrió despacio la pesada puerta de madera que daba hacia el cuarto que compartía con su esposa. Las brazas de la chimenea apenas alumbraban ya, era pasada la media noche y solo la luz de la vela que portaba en la mano iluminó la estancia por completo, revelando  sobre la cama el cuerpo  de Ainfean, su esposa. Ella descansaba plácidamente, las batallas la dejaban agotada, si bien era una guerrera de calidad muchas veces el ser una hembra le pasaba la cuenta, las marcas de la armadura, los rasguños de las espadas cristianas, además la presión de ser Jefe Militar de “La guardia de la media luna” traía cansancio extra. Sonrió a la imagen de su mujer, la conocía mejor que nadie sabía a ciencia cierta que debía estar abrazando la almohada, era la única forma en la que lograba conciliar el sueño cuando él no estaba a su lado para abrazarla y darle calor.
Al verla ahí, tan frágil, no pudo evitar recordar las risas y bromas que sus compañeros de orden les dedicaban cada día cuando llegaban retrasados a desayunar, mas eso no le importaba, no cuando era por y para disfrutar de una hermosa noche de amor y pasión con su mujer, no cuando las bromas valían la pena, tener a la guerrera en los brazos era casi tan emocionante como luchar a su lado, con la diferencia que en esa guerra, ninguno salía herido.
La habitación que ocupaban en el castillo era la que poseía la mejor vista, desde la ventana se podía ver el oasis donde se emplazaba el castillo, obviamente era la parte amable, aquella que invitaba a formar parte de la lucha contra los cristianos, la otra cara era menos idílica, caballos, monturas, aperos de guerra, armaduras, y un sin fin de detalles que no se dejaban al azar para mantener el castillo en funcionamiento cuando las batallas por la libertad musulmana daban una tregua, luego de todo aquello venía el cruel desierto. Eisha se acercó a la ventana luego de posar con cuidado la vela en uno de los candelabros de la pared, no tenía sueño de modo que afirmó su espalda en la pared más cercana a la cama y en silencio se puso a mirar a la mujer que dormía en ella. No podía evitar recordar cuando la había conocido, si el amor a primera vista existía, eso era lo que le había hecho sentir ella, un calor en el corazón, una emoción cada vez que la veía en las batallas peleando por una causa en común, ardiendo por dentro cada vez que la miraba, sintiendo su cuerpo endurecer de anticipación. Cuando por fin se había atrevido a hablarle las cosas habían sido fáciles, ella sentía lo mismo, por lo que no dudaron en unir sus vidas para siempre.
No pudo evitar sonreír al ver como al moverse la mujer en la cama, la ropa que la cubría dejaba al descubierto una porción de su piel, con lascivia admiro las piernas de su esposa y la parte inferior de sus muslos y nalgas:
 — Eres preciosa— murmuró a medida que se acercaba a la cama para cubrirla.
Cuando estuvo a su lado tomó la ropa que suavemente se había deslizado con el movimiento del cuerpo, mas su mano al hacer contacto con la piel de ella desencadenó el mismo deseo irrefrenable que sentía cada vez que la tenía en sus brazos, no dudo en acariciar solo con la punta de los dedos la suave piel de su mujer, subiendo con lentitud por sus muslos, se agachó para estar más cómodo mientras acariciaba. Ainfean al sentir el contacto se giro nuevamente en la cama, para quedar ahora con la piel y una parte de su estómago al descubierto, logrando así que su marido perdiera completamente la razón.

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