lunes, 12 de noviembre de 2012

Sólo dame ésta noche



—Sólo dame ésta noche, pequeña —. Tus palabras llegaron a mí en un susurro suave.

Estábamos en el lugar que deseabas compartir conmigo, uno al lado del otro, mirando hacia la nada, una pequeña fogata nos daba luz, ya que el calor no era necesario, la magia estaba entre nosotros.

—Te recordará el bar donde nos reunimos siempre —. Me dijiste cuando me pasaste a buscar.

—¡Abrígate, hace un frío de mil demonios! —gritaste desde el living mientras  que en mi habitación corría a vestirme, manía de encontrarnos siempre que estoy en pijama; pero no me importa. Saco lo primero que encuentro: un sweater calipso, camiseta verde, bufanda, ropa interior en tonos lilas, calcetines y las botas de agua; tomo la chaqueta roja y vuelvo a tu lado mientras termino de atar mi cabello.

—Listo. Ya estoy de vuelta. Menudo panorama me tienes que tener, mira que mis horas de sueño son sagradas —. La sonrisa no ha dejado de bailar en mi rostro mientras te saco la lengua burlona. Cojo las llaves de la casa, y no olvido el mp3 con la música que hemos compartido infinidad de noches. Tú llevas mantas y café, es todo lo que necesitaremos para estar a gusto.

El camino es tranquilo, en silencio, disfrutando de la magia del sur que tanto nos gusta.

—Llegamos —dices golpeando con suavidad mi pierna.

Estaba tan sumida en el paisaje que no sentí tu llamado hasta que me tocaste. —Adelante capitán, a sus ordenes quedo —. Abro la puerta del auto y salgo, mientras tú sacas las mantas y el termo con café.

—Éste lugar lo recorrí hace años; lo descubrí casi por casualidad. Es un saliente en las rocas, da la idea de una gruta, casi como un parque jurásico. El paisaje es precioso, las estrellas se ven con claridad y deseaba compartirlo contigo pequeña.

—Espero que no tengamos que caminar demasiado, ya sabes que soy un poco vaga —bromeo.

La noche está fría, me abrigo un poco más con la bufanda y comienzo a seguir tus pasos en silencio, nuestro caminar interrumpe el silencio de aquellos parajes, estamos completamente solos. La noche nos envuelve; tu caminar es seguro, en cambio yo piso con inseguridad, temiendo caer o resbalar a cada paso. A pesar de las estrellas y la luna, que de vez en cuando asoma por entre las nubes, no doy pasos firmes.

—Pequeña, dame la mano, ahora el camino es una pendiente y no me gustaría que resbalaras—. Tus palabras son suaves, tu sonrisa genuina y tu mano cálida y segura. Sin dudarlo la tomo y la apretó con suavidad para retomar el camino que literalmente es cuesta arriba. De vez en cuando tiras de mi mano para que esté a tu lado y no detrás de ti, las palabras parecen estar de más. Sólo estamos tú y yo disfrutando de los silencios, de nuestros silencios, silencios que suelen decir más que las palabras, silencios que encierran toda la incertidumbre de nuestro sentir, silencios cómplices y protectores.

—Llegamos pequeña mía.

El paisaje que tenía en frente era maravilloso, las estrellas estaban al alcance de la mano; millones de puntitos blancos bailaban frente a mis ojos. El contraste que se producía entre la negrura del cielo y las estrellas era delicioso. En uno de los costados estaba la hendidura que parecía una pequeña cueva. Uno de sus costados estaba lleno de hierba y algo que podía ser musgo.

—Es precioso, nene —. Las palabras no lograban expresar todo lo que sentía, el gozo y el placer de tu compañía y que compartieras una parte tuya conmigo, algo que sólo yo me había ganado. Sólo atiné a abrazarte con fuerza, tratando de poner todo mi corazón en ese instante, que sintieras cada parte de mi alma.

Tus brazos soltaron las frazadas, para así cambiar lo que sujetaban por mi cuerpo. Me apretaste con fuerza; tus manos se aferraron a mi espalda, tu cabeza se hundió en mi cuello y dijiste, —Sólo dame ésta noche, pequeña.

Yo ya había elegido mi camino, sabiendo que la felicidad estaba contigo.

—Pequeña, ésta noche... ésta noche... seré infiel a mis ideas. Quiero serlo. Seré infiel a mis sentimientos, a lo que soy y como pienso. Te quiero para mi, entregada. Afuera lloverá, hará frio, quizás haya truenos y relámpagos, pero no habrá nada más que nosotros, ¿entendido?

No puedo negarme, tus palabras son claras y mis sentimientos también. Al menos en ese momento quiero ser completamente tuya, sin pensar en nada más; solamente dedicarme a sentir, a sentirte con todo mi cuerpo. Despertar las pasiones que por amistad mantengo ocultas, por respeto a los que nos rodean, y a la moralidad que no debería existir cuando se trata del corazón. Mi cuerpo tiembla entre tus brazos, mis mejillas están rojas, mi frente afirmada en tu hombro, y a la par siento tu olor, una mezcla a perfume y hombre, una delicia para mis sentidos despiertos.

—No hay animales salvajes ¿verdad? —te pregunto una vez que la intensidad del abrazo nos abandona suavemente. Estás tratando de encender un poco de fuego solo para que la espesura de la noche sea menos tétrica. Yo he acomodado las frazadas. Algunas han sido puestas en el suelo de tierra para amortiguar el frío y las otras simplemente están dobladas a un lado para servir como cobijas.

—No, aparte de mi no hay más bestias cerca. No las habrá esta noche pequeña mía. Ahora quítate la ropa, quiero sentirte, piel con piel, dándonos calor. No quiero que nada pueda impedir que te posea.

Siento vergüenza, no tengo el tipo de modelo, todo lo contrario, pero así y todo obedezco. Parto quitando las botas de agua, luego le siguen los calcetines que guardo con cuidado dentro para no perderlos. Mis manos van a la pretina de mi pantalón. Dudo sólo un instante antes de desabrocharlos y jalarlos hasta las rodillas. Luego hago lo mismo con la ropa interior y termino de quitar todo junto. Lo doblo con cuidado, y dejo a un lado con las botas. Sigo con la chaqueta roja, la bufanda, y así con cada una de las prendas hasta quedar completamente expuesta. Doblo las piernas y las abrazo para darme calor, el frío realmente se siente poderoso. Mis pezones se han puesto duros en cuanto me he quitado el sostén. Recién ahí levanto la mirada y veo tus ojos fijos en mi, ya estas desnudo y caminas hacia mi sonriendo.

—Ven pequeña mía, deja que te mire. Verte quitar la ropa con esa calma, han hecho que sólo desee tomarte, sin aviso, sin control. Sólo satisfacerme de ti, que seas todo y nada…

Tus brazos me envuelven protectores mientras nos abrigamos con las mantas. Tu aliento está en mi nuca; besas mi cabeza; luego tu boca busca el hueco que se forma entre mi hombro y mi cara, muerdes con suavidad. Puedo sentir la calidez de tu cuerpo y la mano que no me abraza recorre mis piernas; aprietas mi trasero, lo abres. Sin previo aviso, sin siquiera una señal, siento tu miembro entrar sin piedad, fuerte, de una. Sé que lo esperabas hace mucho. De mi boca escapa un quejido trémulo, dolor, sorpresa, placer... todas las emociones se agolpan en una sola. Tú no dices nada, sólo me abrazas más fuerte. Quieto esperas a que me acostumbre a ti. Perezoso jugueteas con mis pezones a la par de los mordiscos en mi hombro. Comienzas a dejar en ellos una marca que tomará un color violáceo cuando llegue la mañana. No puedo ni quiero alejarme; estoy a gusto aquí, a tu lado, siendo sólo yo, y sintiéndote sólo a ti.

—No me conoces pequeña mía. Soy romántico y delicado, pero no me conoces. No sabes de mi violencia, de mi morbo, de mis fantasías... de lo que haría contigo. No sabes en lo que te quiero convertir —. Tomas aire como si te costara continuar. —Lástima que nunca lo sabrás pequeña, por lo que esta noche sólo quiero que imagines, y que me digas… —. Tu pausa me estremece. —Que me digas lo que deseas, lo que quieres en la persona que te domine. Yo sólo escucharé tu cantar, tus palabras... y todo esto mientras estoy dentro tuyo, mientras te poseo profunda y suavemente —. Tus palabras son una orden. Lo siento en toda mi alma. Me lo dices pausadamente, pero el poder en tus penetraciones no deja lugar a dudas de la orden. La presión de tus manos en mis pechos, y la dureza de tu cuerpo, todo me indica que quieres ser obedecido sin cuestionamientos.

—Busca en tu interior y dime TODO lo que buscas, lo que deseas. Quiero saber de tu sumisión sin peros, sin tapujos.

El silencio nos envolvió mientras pensaba mi respuesta. Miles de ideas pasaron por mi cabeza, pero poco a poco lo esencial quedaba al descubierto, con voz trémula comencé a responder,
—Quiero un Amo que pueda ser romántico y delicado a la vez; un Amo que sepa que puede hacer todo lo que quiera conmigo. Que no deba reprimir sus instintos. Que así como yo le doy mi sumisión absoluta él me de sus deseos, anhelos, fantasías. Quiero un Amo que marque su territorio, que me marque como suya. Que la pertenencia no pase solo por un collar, sino también pase por los sentimientos. Que me legitime de esa manera… —. Me quedo en silencio unos minutos, buscando las palabras para expresar lo que siento. La confusión y la realidad de mis propios deseos me asusta… —Quiero un Amo que saque lo mejor de mi perversidad. Un Amo que me use a su antojo. Un Amo que valore mi entrega, que disfrute de mí. Que se sienta seguro de la perra que tiene al lado. Que me confíe hasta lo que él niega de su perversidad. Quiero un Amo que sepa escuchar. Uno con el que no necesite ser correcta. Un Amo caliente que disfrute de la carne de mi cuerpo, que me lleve a los límites y más de la inmoralidad. Un Amo intenso, sin miedo a parecer débil o ser menos Amo al decir que le agrado o hago falta…
—. Cuando termino de hablar mi cuerpo tiembla, no por el frío, no por tus embestidas que no han cesado mientras yo hablaba, sino por la verdad de todo lo que digo. Me golpeas con fuerza, pero estas ahí, abrazándome, conteniendo el torrente de emociones.

—Pequeña, tus palabras me emocionan y excitan. No sabes cómo deseaba eso, franqueza. No dejes de sentirme, siénteme dentro tuyo, invadiendo tu cuerpo, siendo completamente mía. Ya no quiero saber nada, me comeré mis preguntas indiscretas sólo por el hecho de sentirte mía. Mira las estrellas mientras te poseo. Siénteme, disfrútame por esta noche. Llénate de mí, como yo estoy lleno de ti.

Te siento en todo mí ser. Mi corazón late con fuerza. El dolor de la brusca penetración ha dado paso al placer más exquisito. Quiero mover mis caderas un poco, sólo para sentirte más en mi interior, pero me sujetas y lo impides. Por mi mente pasan las temidas palabras: “Te quiero”, pero las muerdo a tiempo. No arruinaré el momento mágico con esas palabras, no lo hare hoy, que soy completamente tuya.

—Deseo poseerte, hacerte mía. Deseo que me sientas tu dueño, Amo y Señor por estas breves horas. Quiero serlo y lo seré mientras estés en mis brazos… Tengo tu sexo tan cerca, mi perra, puta mía, sumisa y esclava, mi propiedad —. Cada una de tus palabras es acentuada con un apretón doloroso en mis pezones ya hipersensibles, —te deseo. Te deseo desde el primer momento en que te vi hace ya tanto tiempo. No eres mía, lo sé, pero esta noche, por Dios que esta noche seré todo lo que buscas, lo que anhelas, lo que te niegas. Lo quieras o no, soy lo que buscas y necesitas.

—Y yo Señor, ¿soy yo lo que buscaba? —. Pregunta traidora. Muerdo mi mejilla con rabia. ¿Cómo podía hacer esa pregunta? Daba igual, pero ahí estaba como una idiota preguntando.

Reíste antes de responder. —Perra mía, yo no buscaba nada. Realmente no buscaba nada. Putas me han sobrado siempre, lo mismo que perras, mujeres y sexo. Cuando te conocí simplemente deseaba algo diferente. No sexo sin sentido. Deseaba algo más... y entraste en el bar, en mi vida, te adueñaste de algunos de mis espacios y tal vez te volviste necesaria. Ahora siénteme pequeña. Siénteme porque será la primera y última vez —. Te vuelves salvaje, duro, sin piedad. Tomas mi culo sin preguntar. Sólo asaltas la carne que voluntariamente te he entregado. —¡Siénteme, siénteme pequeña!

—¡Te siento! —grito sin saber por qué, tal vez para dar énfasis, no lo sé. Sólo te grito para ser escuchada —¡Te siento en todos lados. Te siento tanto que dueles. No quiero que esto acabe. No quiero que tu control me deje. Te siento en mi alma, dominándola, sumiéndola en tus deseos. Te siento en mi cabeza, ¡en todos lados! —. Es tan difícil todo, tan complicado. Que ganas de no ver amanecer. Una noche eterna en esa gruta, en nuestro rincón.

—Bésame perra mía. Bésame con fuerza, mi dulce niña —. Obedezco de inmediato. Volteo mi cara sólo un poco para encontrarme con la tuya. Busco tus labios. Los toco con mi lengua, los dibujo en mi cabeza. Mi lengua busca la tuya, tan húmeda, tan cálida, tan prometedora. No sé cuánto dura el beso, sólo sé que me pareció cortísimo. Cuando te separaste de mi, el vacío se notó de inmediato. Faltabas ahí para completarme.

—Perra mía. Mi dulce, pequeña, tierna y hermosa perra. Recuérdalo… sólo dame ésta noche.


0 comentarios:

Publicar un comentario