viernes, 23 de noviembre de 2012

Próximamente



Los guerreros de Medusa

 Todo está en calma en el templo de Medusa, Atenea -su protectora- le había dado el suficiente poder para convertir a los hombres en piedra, junto con cambiar su cuerpo a elección, mas la soledad la aburría, deseaba entretención, y la encontró justo con 6 guerreros.

 Secretaria por un día

Una ayuda extra siempre viene bien en una oficina, sobre todo si la secretaria está dispuesta a cumplir con todas las exigencias de su jefe.

 Y  así comenzó todo

Una amistad, una película, la tranquilidad de un sofá y un  deseado y temido comienzo, el comienzo de algo emocionante, un camino de a dos.

 

miércoles, 14 de noviembre de 2012

La Guardia de La Media Luna, el comienzo


Komando Mezkita (RIP)  una de las ordenes más grandes del lado Sarraceno tenía todo preparado para su alianza con  los Cristianos,  las conversaciones entre una de las ordenes Cristianas  más grandes  ya estaba preparado, Reino de Navarra había conseguido separar a la alianza pagano-sarracena, el mundo iba a cambiar, lo que no se podía saber, era en favor de quién los Dioses darían su benevolencia.-

Corría el año 1090 D.C , los Cristianos estaban con su plan de colonización y evangelización de todos aquellos que tenían dioses que no se ajustaban a su pensamiento. Los paganos y sarracenos que habitaban la península Ibérica se veían en constante asedio por parte de ellos, es por eso que habían unido sus fuerzas creando alianzas no solo de sangre, sino también de camaradería, de una u otra manera habían sorteado sus diferencias para poder luchar por la misma causa, mantener su libertad costara lo que costara.
Las batallas cada vez eran más crueles, los Cristianos no solo eran Señores feudales  y sacerdotes que deseaban un lugar con una sola religión, sino que también había ladrones, asesinos y un  variado grupo de pillos que solo buscaban las riquezas de oriente, el misticismo de sus costumbres y por qué no, la libertad.

*****

 — ¡Me niego! — Ainfean levantó la voz al rededor de la mesa de las reuniones dentro de RIP, Los jefes de la orden habían comunicado su decisión de apoyar a los Cristianos. Ella era Sarracena, jamás se vendería por unas cuantas monedas cristianas y menos por mantener su cabeza sobre los hombros.

 —Ain — esta vez fue Mumakill el que habló  — Deberías saber que esto es lo mejor para nosotros, Solo somos 20 personas, tú como Jefa Militar deberías ser la primera en apoyar la decisión que hemos tomado junto a Eneas, nos servirá para crecer, RDN nos ha ofrecido apoyo en todas nuestras batallas, sabes que no podemos defender el castillo solo al lado de La Guardia de la Media Luna, además — y aquí no pudo esconder el asco y repulsión  — no son de fiar, tienen a un mercenario que va en contra de sus hermanos de armas.

Ainfean  era la Jefa Militar más joven de la orden, con tan solo 20 años había vivido demasiadas batallas en su vida, su familia entera había muerto a manos de los Cristianos, había vagado por el desierto escondiéndose de los perros cristianos,  hasta que había decidido luchar  en una orden. Para ella, los cristianos eran unos prepotentes, en su afán de devolver la  religión destruían todo lo que encontraban a su paso y eso no podía tolerarlo. No era una mujer que temía la muerte, solo le temía a ver su libertad bajo el yugo de hombres y una religión que no era la suya.

 — Lo siento chicos, pero no  pienso luchar en contra de mis principios, puede que para vosotros  sea normal venderse, pero eso para mí no tiene sentido, me acogieron, me cuidaron, pero sinceramente, no puedo luchar con vosotros dadas las circunstancias, no creo que todos deseen vender sus principios, si es así sería una pérdida de tiempo luchar con vosotros, desde que me acogieron saben mi postura frente a mí libertad  y no cambiaré ahora, cuando más que nunca se necesita que el lado paga-sarra esté unido— Sin nada más que decir se levantó de la mesa, dejando sobre ella el cuchillo que la  marcaba como Jefa militar, en el camino, un par de amigos se levantaron para abrazarla, pensaban igual que ella, pero eran demasiado cobardes como para luchar contra sus Maestros de orden.


*****


En La Guardia de la Media Luna las risas estaban a la orden del día, Unghura tenía el cactus favorito de la orden en la mano,  y miraba a Jasmine con picardía, seguro que tenía en mente salir tras ella, para darle uno que otro pinchazo con las hojas. En otra parte de la mesa Eisha  conversaba con Hombre del saco, sobre las nuevas tácticas de batalla, y las reuniones que debían sostener  junto a sus aliados.  En los jardines Dark Savior  practicaba con el arco junto a Octavia, Titán quinto y el viejo de la montaña, los demás miembros estaban  en sus habitaciones, descansando.

El castillo de la guardia de la media luna no es un castillo común y corriente, si bien está dentro de una parte poco apta para la vida, lo han convertido en un pequeño oasis, un lugar en el que pueden disfrutar de la tranquilidad cuando la guerra  da una pequeña tregua

El castillo lo obtuvieron los fundadores de esta orden Sarracena en su primera batalla contra cristianos, por lo tanto, no está hecho de barro, ni son tiendas como podéis pensar, el castillo es de roca con grandes almenas y torreones, rodeado de árboles y un gran camino principal flanqueado por setos, claro que ésta es solo la parte linda del castillo, ya que además está  rodeado mucho antes por una muralla alta y tosca, ahí es donde tiene apostados siempre vigías que cuidan sin descanso las fronteras del castillo.

 El lugar por dentro mantiene las cosas dejadas por los cristianos luego del asalto, la opulencia con la que está decorado y construido, no deja dudas de la gran riqueza que poseían los antiguos habitantes. Los cuadros, las mesas, cada detalle ha sido mantenido, claro que se ha acomodado a los requerimientos de la orden, de una u otra manera hay de su propia religión puesta ahí, dibujos de animales, flores además de intrincados dibujos, además de lugares dedicados a la meditación y el relajo.


Tiene tres plantas, en la primera se encuentra el comedor, la sala de armas y la cocina junto con un par de cuartos de baños. En la segunda planta se encuentra lo que los cristianos llamaban biblioteca, los miembros de La Guardia mantuvieron esa biblioteca, solo la completaron con sus propios documentos y escritos, además se encuentran los dormitorios de los aprendices y dos cuartos más de baño, luego la tercera planta y las cuatro torres, encontrándose en esta última planta el cuarto del resto de la orden cada uno con un cuarto de baño especial adornado según los gustos de sus moradores. Algunas habitaciones son oscuras, ya que sus moradores prefieren dormir hasta tarde cuando es posible, otros en cambio adoran la luz del sol y la buena ventilación.

Eisha, el Maestro de Orden es el que ocupa la torre privilegiada, ésta da a los terrenos del castillo, desde la ventana de su habitación además se puede ver el desierto y lo que el horizonte puede traer de auspicioso para los guerreros.

*****

***Aclaración: Las historias de La Guardia de la Media Luna (GML) en su mayoría serán historias bélicas, espero ser la autora de todas, en caso de no serlo,  mi compañero del alma y amigo de aventuras en GML, Eisha, tendrá los créditos correspondientes ( Fer, no puedes negarte xD )







No Ordinary love - Sade


lunes, 12 de noviembre de 2012

1, 2, 3 Bienvenidos al trío




Supongo que corresponde que de una mmm bienvenida, lo siento, pero no la tendrán, ya que no necesitan ser invitados a este rincón, mi rincón, ya que son ustedes -los lectores- quienes hacen mucho más entretenido el escribir, buscar cosas interesantes, compartir de una u otra manera lo que soy, la que quiero ser y la que ustedes ven, un verdadero Ménage a trois de personalidades, gustos, intereses, que sin embargo convergen en una sola cosa, el gusto por  leer y escribir.

No puedo prometer escritos a diario, ni  mantener actualizado esto cada 24 horas, si puedo prometer, o al menos asegurar ,que pasarán un buen rato leyendo; la práctica hace al maestro
-dicen-  y practico cada día un poco más para encontrar al genio narrador en mi.

Borealis.

El nazareno y la puta (I)


¿Quién soy? Una puta palestina. Mi historia no se diferencia demasiado a la vida del resto de prostitutas de la región, todas damos placer a cambio de unas cuantas monedas y poco más.
¿Qué me hace diferente? La historia que ahora deseo relatar, cómo sin darme cuenta, sin esperarlo me vi envuelta en la mejor cosa que me ha podido pasar en la vida, mi propia historia de amor y placer. Cuando esto comenzó era un día normal de trabajo, los hombres llegaban a  mi casa sin tregua, yo en mi camastro los recibía como si fueran la única cosa preciada en mi vida, los atendía como reyes, satisfacía cada una de sus peticiones, mis muslos siempre abiertos para ellos, entregados, húmedos  y calientes. Esos hombres que tomaban mi cuerpo buscando solo una satisfacción momentánea, como dos o tres golpes entre mis piernas sudorosas y me dejaban llenas de su simiente, uno tras otro llenaban mi sexo resbaloso, siempre lograba sentir el semen corriendo por mis muslos, algunos hombres me toman como si fuera un caballo, mis nalgas  también están siempre llenas de sus mucosidades,  el olor a cuerpo y sexo llena la habitación, el calor siempre  sofocante, pero es mi trabajo y disfruto con él.

Ese día hacía calor, estaba esperando al próximo hombre al que debía atender, el lino de mi camastro estaba mojado por el sudor de tantos hombres, mi cuerpo latía adormecido, ansioso por más, mis pezones estaban duros, dispuestos para ser lamidos si el amante era educado, sino lo era estaban ahí listos para ser tironeados como ubres, simplemente ahí estaban para ser usados de la manera que se estimara conveniente, no deseaba nada más que un cuerpo en mi interior. Pasaron los minutos, y nadie entraba al cuarto que ocupaba, me levanté y me asomé a la entrada, el calor golpeó mi cuerpo, la calle siempre abarrotada hoy estaba vacía, algo debía estar pasando en el centro  el pueblo, volvía a entrar, me puse la túnica que colgaba como un fantasma  de un poste que servía como sostén para la casa.
Comencé a caminar con lentitud mi cuerpo regordete se movía con sinuosidad, casi un andar felino, el pelo suelto, alborotado, mostrando mi pecho derecho,  junto con parte de mi hombro. El sudor caía por mis senos y mi cuello, pero la curiosidad podía más, quería saber qué era tan importante para dejarme sin clientes en la tarde. Lo primero que llegó a mis oídos fue el murmullo rápido de la gente, y luego una voz que sobresalía por la del resto, no podía ver nada solo el lino de las túnicas, pies descalzos de la gente, y así me fui abriendo paso entre la gente, algunos hombres tocaban mi cuerpo con deseo, apretaban mis nalgas, recorrían la curva de mi seno, incluso algunos más valientes trataron de apretarme a sus cuerpos , mas me retiré a tiempo, solo tenía en mi cabeza la voz de aquel extraño, era ronca, para mi sonaba musical, fuerte, segura de sí misma, hablaba del amor de su padre , del camino del bien, y cosas que ya no recuerdo, simplemente quería verlo, las palabras que a mi cabeza entraban se transformaban en suciedad, en palabras obscenas, mi cuerpo temblaba con su poder, mis piernas parecían no poder resistir mi peso, era tan fuerte la emoción que me embargaba, tan caliente.

Mi respiración quedó atascada en mi garganta cuando llegué a la fuente donde el hombre estaba, al principio solo vi a unos hombres  sentados en el suelo, escuchando con atención sus palabras, los recorrí a cada uno, la mayoría eran hombres  de mediana edad, no más de 20 o 30 veranos, de piel oscura, pelo negro, todos vestidos con sencillez, entre ellos una mujer destacaba, tenía cuerpo de bailarina, su pello llegaba hasta el piso , o eso pensé, no pude verle la cara pero parecía joven, por lo menos sus manos así lo decían. Cuando mis ojos por fin encontraron al Nazareno, mi voz quedó atascada en la garganta, nuestras miradas se encontraron y el deseo hizo que me perdiera, simplemente era maravilloso, unos ojos oscuros y penetrantes, mirada taciturna, triste tal vez, una nariz fuerte y altiva, como si de un gran señor se tratara. Sus labios eran delgados, y se inclinaban hacia la derecha en un rictus sensual a mis ojos, perverso tal vez, excitante;  su cuerpo cubierto por el lino dejaba todo a la imaginación, un pecho y espalda amplios, dispuestos para el amor, con mucho vello rodeándolo, hirsuto lo imaginé, caliente, muslos fuertes acostumbrados a caminar, brazos que te pueden coger sin mayor esfuerzo cuando se trata de amar.
Su mirada simplemente me desnudó, me dejo como la ramera que era, sin nada más que ofrecer que mi cuerpo, mi pecho se elevó, en silencio le ofrecí mis senos maduros, deseando con fuerza que los tomara con su boca y lengua, abrí las piernas, deseando que viera la humedad entre ellos, que sintiera la pasión que por él sentía, solo él había hecho vibrar mi cuerpo con tan solo una mirada, deseaba poder enterrarme entre sus piernas, lo desee con todas mis fuerzas. Sonrió, si, sonrió para mí, como si intuyera mi estado, esa sonrisa me prometió placeres que no  llegaría a conocer nunca en mi vida y creí, creí en esa promesa sin palabras.

*****

Tres golpes rápidos en mi puerta significaba que alguien necesitaba de mis atenciones, y eso sentí el día después de mi encuentro con El Nazareno, tres golpes en mi puerta, cuando abrí simplemente no lo podía creer, uno de los hombres que acompañaban al hombre que en tal estado de excitación me había dejado estaba en mi puerta, mirando nervioso dentro, como si esperara encontrar a alguien en él.

 — El Maestro te quiere ver. Vístete rápido y sígueme — fue todo lo que dijo, antes de cerrar la puerta en mi cara. La emoción corrió por mi cuerpo, adrenalina pura, podría verlo, era lo único que podía pensar, no tenía nada que arreglar en mi, así que nada más cerró la puerta la abrí nuevamente, y ahí  estaba el hombre. Me miraba con deseo,  como si no pudiera esperar para poner sus manos sobre mi cuerpo, sus ojos pasaban de mi pecho a mis nalgas, sus manos se movían  con nerviosismo mientras me guiaba a la salida del pueblo. Se detuvo en la  última casa era la más alejada, una puerta de madera la aseguraba, podía ver a través de las ventanas la luz de las lámparas de aceite, murmullo de voces llegaron a mis oídos, risas y algo más que no pude identificar. Me hizo entrar y lo primero que vi fue a la mujer joven que la tarde anterior estaba entre todos ello, estaba desnuda, con el pelo casi tan largo como lo  había imaginado, se ubicaba entre dos de los hombres (también desnudos) la tenían de pie sobre un banco de madera, uno entraba y salía de  su ano, sus manos le apretaban los muslos y los abría para darle más espacio a su virilidad. El otro hombre estaba entre sus piernas, agachado, con la cabeza perdida en su vagina, le estaba dando lametones a la fuente de su placer. La pobre muchacha sudaba, el pelo caía por sus pechos cubriéndolos, instintivamente estiré una mano para ver que se escondía bajo ellos, pero el hombre que me acompañaba negó, con la cabeza me indició que siguiera tras una cortina que se veía al fondo, él en cambio comenzó a quitar su propia ropa, obviamente para unirse al juego de los otros dos hombres.

La escena me había excitado, mis pezones estaban ya duros, mi vagina hormigueaba  cuando traspasé la cortina lo primero que vi fue una cama,  la luz de una sola lámpara alumbraba la habitación, el olor a incienso llenó mis fosas nasales, sándalo, ese era el olor, no había nadie por lo que solo avancé unos pasos más hacia el interior, jugueteaba con mis dedos nerviosa, atenta a cualquier ruido, solo escuchaba los gemidos ahogados de la mujer en la otra habitación y eso solo me hacía querer unirme a ellos, pero ahí estaba … en una habitación en penumbras  sin saber qué hacer. Mi espera no duró demasiado, unos brazos fuertes  me tomaron por la espalda, las manos se fueron directamente  a mis pechos, masajeando con suavidad, apretando mis pezones por sobre la delgada tela que me cubría, podía sentir un poco más arriba de mis nalgas el miembro del hombre que me tocaba, un roce me hizo sentir la dureza de su pasión, su aliento jugueteó con mi cuello, su lengua recorrió el borde de mi oreja, y sus manos no se detenían, las caricias cada vez eran más exigentes, pidiendo más piel, más placer. Mi túnica desapareció, estaba desnuda y sus manos recorrían  mi vientre, bajando hasta mi monte de Venus, su barba rozaba mi cuello, lo mismo que sus dientes y lengua, mordisqueaba todo lo que a su paso estaba, no dejaba nada sin recorrer, como si quisiera llenarse de mi cuerpo y la sal de mi piel.

Cuando sus manos se enterraron entre mis pliegues femeninos el gemido que había estado reteniendo se escapó sin que pudiera detenerlo, su boca estaba en mi espalda  y bajaría aun más, podía sentirlo en todo mi cuerpo. Sus dedos eran hábiles, acariciaban los puntos exactos para hacerme temblar de placer, mis piernas temblaban, ya no me controlaba, movía mis caderas ansiosa, desesperada por encontrar la liberación deseada, pero nada venía, él parecía saber cuándo detener sus caricias; la boca ansiosa, recorría mis nalgas, masajeaba con fuerza, apretaba, daba suaves golpes tanteando el terreno, su lengua abría ambas posaderas, buscando aquel oscuro lugar del placer.

 —Dobla tu cuerpo  un poco — Cuando la orden llegó a mí, estuvo a punto de estallar de placer, era la voz, su voz, el hombre que me tocaba como un profesional del amor, era él. Sin mayor demora obedecí, doblé mi cuerpo solo un poco, no tenía ningún apoyo, por lo que mis manos se afirmaron en mis propias piernas. Cuando la lengua comenzó a recorrer toda la longitud que separaba mis nalgas, grité, la humedad entre mis muslos era tanta, que podía sentir como se filtraba por mis muslos, su lengua hacía maravillas, tocaba alrededor de ese agujero de placer, pasaba por él pero no lo tocaba y eso era lo que yo deseaba, que metiera su lengua y me volviera loca de placer...

Continuará....







Un baile particular


La llamada llegó, como todo en ti, de manera inesperada y a una hora en la que una dama debería estar definitivamente durmiendo.

—Tienes media hora para estar lista, te paso a buscar en 45 minutos. Quiero llevarte a un lugar especial, te quiero vestida como la puta que eres —. Dijiste antes de colgar el teléfono.

Me quedé unos minutos con el móvil en la mano sin atinar a nada. Mi aspecto era el que correspondía a un día sábado a las 12 de la noche: mis pantuflas favoritas, unos jeans bastante desteñidos y, para mi vergüenza, la parte de arriba del pijama, ese pijama con la sexy tortuga en su borde inferior. 

Dios, odiaba tener que pensar en la ropa que usaría. Suelo ser tan descuidada... pero aun así busqué aquello con lo que deseabas verme. Con cuidado saqué una mini falda negra de cuero, la que había comprado pensando en ti y que me quedaba justo a la mitad de los muslos, una polera a juego con la falda con un escote recatado, aunque eso si, en la espalda tenía una abertura considerable hasta la mitad de la misma. Dudé si llevar algo más para protegerme del frío, sobre todo en las piernas, y finalmente decidí que no, simplemente me pondría los zapatos, aquellos tan lindos que demoré tanto en elegir. La tienda on line donde los compraba era para salir sin dinero, pero aun así ahí los tenía. 10 centímetros de tacón, todo de color negro con una especie de sol en tono rojo... preciosos.

En 15 minutos ya estaba lista: mi pelo había sido tomado en una coleta, los ojos delineados con suavidad simplemente para marcar profundidad, unos aros con forma de hoja me daban el último toque. Ahora sólo quedaba esperar a que llegaras y esa era la parte difícil; las ansias por verte y la emoción por saber a qué lugar me llevarías, hacían que mi corazón y cabeza no dejaran de fantasear. El timbre me sacó de mis ensoñaciones. Miré el reloj y sólo habían pasado 10 minutos. Para variar llegabas con antelación. La puntualidad era otro de tus distintivos.

—Pequeña… —. Tus ojos me recorrieron completamente cuando abrí la puerta. Tu saludo era una mezcla entre jadeo y alegría por verme lista. Diste un paso hacia mí y tu mano izquierda fue a mi nuca, tomaste la coleta y guiaste mi cabeza directamente a tus labios aferrándote a ellos. Tu lengua marcó una vez más su territorio, mientras tu otra mano se enredaba a mi cintura apretándome a tu cuerpo, queriendo fundirte en el abrazo. Bajaste por mi espalda, tu mano se entretuvo en mi trasero tocando el cuero de la mini, levantándola para acariciar la piel que la ropa interior no cubría.

—Mmmm… Si, así te quiero pequeña, dispuesta, siempre dispuesta —. Tu voz era ronca. La lujuria ciega nos envolvía, pero siempre tu autocontrol podía más. Me alejaste de ti, estiraste tu camisa y me jalaste hacia afuera, sin llaves, sin celular, simplemente entraste a coger la chaqueta y cerraste la puerta. Una vez en el auto comenzaste a dar las instrucciones para mi comportamiento de la noche. —Iremos a bailar mi pequeña, quiero que conozcas un lugar donde la lascivia y la lujuria bailan de la mano con las personas. No es necesario que hables, simplemente quiero que te dediques a observar a la gente, sus movimientos, la forma en la que se relacionan los hombres y las mujeres cuando la pasión puede más que la razón —. Mientras hablabas tus manos no dejaban de acariciarme. Una de tus manos en el volante, la otra recorriendo mis piernas, apretando mis muslos, haciendo que mis sentidos se despertaran con tu toque salvaje.

Habíamos llegado, estacionaste en una calle sin salida, en la que a la mitad se veían unas luces brillantes y mucha gente haciendo cola para entrar. Bajé del auto en silencio, tú llevabas mi chaqueta y me la pasaste al llegar a mi lado, hacía frío.

—Adelante, camina, yo te seguiré —. Tu manó golpeó mi trasero con suavidad incitándome a que caminara.

Mientras me ponía la chaqueta y dirigía mis pasos hacia las luces, miraba cada tanto hacia atrás para ver si me seguías. No quería perderte entre el gentío y ahí estabas siguiendo mis pasos como una sombra. La gente ahí presente, sobre todo los hombres, miraban mi cuerpo como si se tratara de una novedad. Debo decir que no soy precisamente una modelo, así que tal vez el andar vestida tan provocativa obviaba el hecho de los kilos de más que tenia, con curvas bien puestas, pero kilos de más al fin y al cabo. Sentí tu mano en mi trasero nuevamente, me quedé quieta, y tu voz susurró en mi oído…

—No mires hacia atrás, no te dejaré, ahora espérame en la puerta, y no te des vuelta.

Estaba sólo a unos cuantos metros de la entrada y los caminé siempre digna. Mi trasero se movía con suavidad, me sentía bella, sexy y sobre todo deseada por ti, y eso era suficiente para hacerme sentir en las nubes. El ruido de la gente, además de la música que salía por la entrada, invitaba a bailar, a sentir. No conozco demasiado la salsa, pero los acordes llegaban a mí con gracia. Tu mano rodeó mi cintura y me sentí en calma. Fiel a ti no había mirado nuevamente atrás, sólo a la gente que me rodeaba, las miradas femeninas y las masculinas cuando tu mano bajó descaradamente a mi trasero, lo apretaste con fuerza, diste un golpe suave y me hiciste entrar ante la mirada atónita de la gente.

El lugar estaba en penumbras en el centro de la pista de baile, alrededor varias mesas con luces pequeñas apenas iluminaban a las personas. El olor era extraño, por un lado tintes florales, como los típicos sprays, por otro lado el olor a cigarro y alcohol, además del olor a cuerpo. No era desagradable pero sí incómodo si venías del exterior. Aún así caminamos por entre las mesas ocupadas hasta una vacía, al lado no había más que un grupo de hombres que entraron antes que nosotros. Te sentaste en la silla que estaba cerca de la pared, a mi en cambio me dejaste la silla que estaba más expuesta, no sólo para el resto de las personas, sino también para ti. La luz de la mesita me daba de lleno en la cara y el cuerpo y eso me ponía nerviosa, estar a tu merced hasta en mis gestos, verías como muerdo mi labio, manía que tengo cuando estoy nerviosa; pero ya la conoces, sabes que me pongo así cuando estoy cerca de ti, sabes que la timidez me invade, pero aún así estas ahí, a mi lado.

—Pequeña… —. Tus ojos estaban fijos en los míos, tu cara estaba seria, casi como si ninguna emoción te embargara. —¿Estás segura de todo esto? ¿Quieres seguir adelante y conmigo? Si es así, quiero que te levantes, quites tu chaqueta y te vuelvas a sentar, hoy todos te observaran como lo que eres.

—¿Uh? Claro que quiero seguir contigo —dije al tiempo que me levantaba y comenzaba a bajar el cierre de la chaqueta. Quité la manga derecha con cuidado, y luego le siguió la izquierda. Cuando ya la tuve en mi mano, simplemente giré un poco mi cuerpo para poder colgarla detrás de la silla y sentí como, al agacharme levemente, la minifalda se levantaba un poco, pero no hice nada, sabía que estabas mirando cada movimiento que hacía.

—Ahora siéntate y cruza tus piernas, quiero que tus muslos queden al descubierto.

—Uhmmm… —, así respondí a tu petición mientras me sentaba. Como tengo los muslos grandotes al cruzar las piernas realmente dejo poco a la imaginación, por suerte la ropa interior hizo lo suyo y no pasé tanta vergüenza mostrando toda mi humanidad y la que de paso te había regalado voluntariamente. 

La música sonaba suave y ambos teníamos un trago frente a nosotros. Tú lo bebías a sorbos pequeños, yo en cambio miraba el mío con recelo, no me gusta el alcohol a no ser que la ocasión lo amerite, pero si por mí fuera no probaría nada. A mis oídos llegaba la música con suavidad, ritmos que invitaban a bailar. Sentía la música en mi cabeza, repetía la letra sin ni siquiera saber como la conocía, pero ahí estaba, cantando mientras te miraba.

“Tiemblo, cada vez que te miro a los ojos, sabes que tiemblo, cada vez que tu cuerpo se acerca a mi cuerpo yo tiemblo”.

Me sonreíste, me derretí y te devolví la sonrisa, aquella típica sonrisa de medio lado que siempre te regalo, además te guiñé el ojo derecho, cómplice. Me devolviste más que una sonrisa cómplice. Me devolviste un beso, uno profundo que dejó mi cuerpo temblando y despierto. Me besaste a conciencia, mordiendo no sólo mi lengua, sino también mi labio inferior antes de separarte.

—¡Me encantas pequeña! Ahora mueve ese culo delicioso y vamos a bailar.

Te levantaste y me tomaste de la mano para que te siguiera. En la pista sólo había un par de parejas bailando, o al menos intentándolo ya que la salsa es rápida y la mayoría solo éramos aficionados al baile. Tus manos se afirmaron en mi cadera, me apretaste a ti, y suavemente tratamos de seguir el ritmo sin dejar de mirarnos. Nuestros cuerpos se buscaban en el baile, apretándonos el uno al otro, tratando de encajar, de sentirnos. Te sentías tan bien, tan cálido, amabilidad y sensualidad, viviendo en las dualidades, erótico y romántico, salvaje y tierno, justo lo que deseaba para mi, que fueras mi complemento.

Tus manos ya no sólo estaban en mi cadera, ahora recorrían mi espalda, apretando, sintiendo.

La música pasó a un tercer plano, ahora sólo importaba el tocarnos, el sentirnos parte del otro. Tu cabeza se escondió en mi hombro, o yo la escondí en el tuyo. No lo sé, sólo sentía tu olor, tibio y dulzón. Un golpe suave en mi trasero, un apretón, un mordisco en mi cuello descubierto. Tu mano jugueteaba en mi culo y con descaro levantaste la ropa. Estaba paralizada, bailando por inercia. Tenía ganas de detenerte, decirte que pares, que la gente estaba mirando, pero sabía que eso sólo haría que hicieses una exploración aún más a fondo.

Seguiste jugando con mi cuello, sólo que ahora tus manos eran más atrevidas; las sentía bajo mi ropa interior. Estábamos a vista y paciencia de todos. Estabas excitado y caliente, al igual que yo. Un gemido bajo, mezcla entre vergüenza y ganas de más, se me escapó. Tus dedos estaban entre mis nalgas, acariciando lo que podían dada la situación en la que nos encontrábamos. Me apreté contra tu sexo y lo sentí duro; me froté contra él; tu mano tomó una de las mías y la llevaste hacia tu miembro.

—Eso que tienes en la mano pequeña, esta noche te tomará, te poseerá y no podrás negarte ¿Entendido? —. Asentí frenética; mis ojos brillaban con anticipación y lujuria. No me había dado cuenta pero llevábamos bastante tiempo sin movernos. Tu boca buscó la mía y me besaste con ternura, esa ternura que me hace estar a tus pies, esa ternura que terminó por ganar mi voluntad y hacerla tuya.

* * * * *

De vuelta ya en la mesa, limpié un poco el sudor que estaba en mi cuello, y aproveché para amarrar mi pelo que había ido perdiendo firmeza. Tus manos estaban en la mesa sin dejar de mirar alrededor. Mis ojos siguieron el recorrido que hiciste y varios hombres y mujeres estaban mirándonos.

—Te están desnudando con la mirada pequeña; fíjate en sus ojos, no se separan de tu cuerpo.

No te creí. Más bien creía que simplemente les pareció impresionante que una mujer se dejase tocar así en público, pero me guardé mis comentarios y bebí un poco del trago que aun estaba sobre la mesa. Amargo. Así sentí el primer sorbo, mi cara se arrugó con disgusto mientras tragaba y tu risa llegó a mí. Obviamente te causaba gracia que perdiese la “dignidad” con algo tan insulso como licor, pero era así, la poca costumbre tenía la culpa.

—No te rías, es vergonzoso —gruñí.

—No, no lo es. Es gracioso y me gusta que sea así de divertido. Es una de las cosas lindas que tienes —. Al decir eso me lanzaste un beso, y todo quedó en risas, dando paso al análisis de los hombres que estaban en la mesa contigua. Llevaban mucho rato sentados, mirándonos, charlando entre ellos, pero sin bailar.

—Pequeña, levántate y ven aquí.

Tú te habías levantado también. Al estar cerca de ti, tus manos fueron directamente a mi trasero.  —Ya nada nos separará esta noche pequeña. Hace tiempo, tan sólo te pedí una noche... ahora las quiero todas. Te quiero aquí, satisfaciendo mis deseos, recorriendo conmigo cada tramo del camino. No quiero nada a medias tintas ¿Entendido?

—Entendido —. Dios, mi corazón latía con fuerza. Tal vez no me estabas pidiendo con formalidad que fuera tuya, pero en tus palabras y acciones estaba implícita la petición, y la aceptaba. Mi elección siempre habías sido tú, sólo que hoy, en este baile tan particular, la confirmaba.

Ya no sólo habría una noche, ahora las tendrías todas.

Si despiertas al animal


Si despiertas al animal... tendrás que calmarlo —susurraste en mi oído, mientras tus brazos me cerraban el paso hacia cualquier escape. —Ya te tengo aquí... apartada y arrinconada. Tú empezaste... ahora anda hasta el final mujer, no quiero puntos medios de ti —. Tu voz simplemente me pierde. Te beso salvaje. No hay una mujer, sólo una hembra deseosa de ti. Te muerdo, araño tu espalda amplia, recorro tu mandíbula. No hay un orden ni un cálculo, simplemente tomo lo que tengo cerca. Sólo busco llenarme de tu sal, de tu sudor… Murmuras en mi oído. No sé qué dices. Mi respiración es irregular mientras saboreo y disfruto de ti, de tu salvajismo, de tu tomar y usar, sin consideración más que la satisfacción de saber que te pertenezco y estaré siempre ahí, para ti, cuando desees tomarme, siempre en mi rincón, esperando por una palabra, un gesto, una mirada…

Gotas de excitación corren por mi pierna. Acaricio la base de tu verga con mi mano. Tu mirada recorre mi cuerpo. Veo deseo, hambre cruda. Un hambre primigenia te llena. Puedo sentir tu corazón salvaje. Tus ojos miran tu miembro duro, listo y dispuesto para tomarme.

—Siente mis nervios —susurras. Me besas una y otra vez. Tus dedos abren mi boca. Me vuelves a besar, tiemblas, y nuevamente me besas. Señalas una mesa, al lado hay ropa colgada: un vestido entero, de una sola pieza, rojo, tu color favorito para ver sobre mí… Me alejas. En silencio entiendo tu petición. Camino temblorosa hacia la mesa, tomo el vestido y me lo pongo… Tiemblo… Está frío, pero mi piel está tan caliente que la tela se entibia de inmediato. Apenas cubre mis nalgas, la mitad de ellas. Te miro, mi cara está roja, mis ojos brillan.

Tiemblas. Me apuras con la mirada. Me miras. Estoy descalza, el pelo suelto, el vestido cubriendo solo la mitad de mis nalgas. Tomas mi mano, y me acercas aun más a la mesa. Hay 4 pequeños pilares… Me aprietas a la mesa sin piedad. Doblas mi cuerpo, mis pechos se aprietan a la madera fría. Tomas una de mis manos, la amarras al poste más alejado. Tu mano baja por mi espalda, llega a mi trasero, masajeas con fuerza la piel. Hundes tus manos en mi carne, me marcas como tuya una vez más. Un golpe… ardor… placer… otro golpe de tus manos. Tu pecho se recuesta sobre mi espalda. Amarras mi mano izquierda al barrote que desocupado está. No me puedo mover. Mi culo está expuesto. El vestido ya no cubre nada, se ha enrollado en mi cintura. Poco te importa… Te alejas de mi cuerpo, me siento vacía sin tu calor. No pasan más que unos segundos, tu calor vuelve a mi cuerpo, tus manos en mi cara. Me amordazas. Tiemblas con lujuria loca. En silencio no me dices nada, sólo te sirves de mí.

Tus manos queman. Las yemas de tus dedos sudan. Tiemblas... Mordisqueas y chupas mis nalgas. Lames como un perro no solo la abertura de mi trasero, sino también la raja de mi sexo húmedo, necesitado de ti. Te conozco, me estas preparando para lo que viene. Tu lengua llega al centro mismo de mis nalgas. Lames, escupes… una… dos… tres veces para lubricar. Te levantas. Tus dedos toman el lugar que tu boca ha dejado libre. Tu respiración está en mi cuello, en mi oído.

—Grita... quiero oírte gritar... grita fuerte... la venda hará que no se escuche mucho… —. Tus dientes apretados susurran esas palabras. Quieres perder el control. Todo tu cuerpo grita. Yo, en cambio, estoy perdida en ti. Empujas mi cuerpo aun más a la mesa. Tu verga dura se posiciona en mi ano. Empujas. Me tenso… No te importa, sigues empujando, sabes que en algún momento simplemente dejaré la resistencia y me abriré a ti como tantas otras veces. Golpeas mi trasero. Mis sensaciones se mezclan… dolor… ardor… placer. Te acomodas. Me tienes a tu merced, dominada. En cambio tú me usas, me tomas como un animal. No hay piedad, sólo el sonido ahogado de tu respiración agitada. Sólo el choque frenético de tus caderas. Tus manos se afirman en mi cintura. Haces que mi cuerpo salga al encuentro del tuyo. Eres solo sexo…

Tus golpes son frenéticos. Tus dedos acarician mi vagina. Disfrutas de mis jugos. Siento tu miembro crecer dentro de mi ano. Golpeas con fuerza. El sonido ya no es seco, es húmedo, pegajoso. Tu simiente está por derramarse en mi interior. Una de tus manos se entierra en mi carne mientras un aullido de placer escapa de tus labios. Tus golpes no son tan seguidos, pero sí intensos. Has marcado tu territorio. Soy tuya, te pertenezco. Sigues temblando. Respiras como loco. Sacas tu verga. Te agachas. Abres mi culo. Te encanta mirar como sale tu semen de mi abertura. Acaricias, me ensucias aun más. Te alejas. Me miras, y ahí me quedo para ti, expuesta, abierta, simplemente tuya...



Sólo dame ésta noche



—Sólo dame ésta noche, pequeña —. Tus palabras llegaron a mí en un susurro suave.

Estábamos en el lugar que deseabas compartir conmigo, uno al lado del otro, mirando hacia la nada, una pequeña fogata nos daba luz, ya que el calor no era necesario, la magia estaba entre nosotros.

—Te recordará el bar donde nos reunimos siempre —. Me dijiste cuando me pasaste a buscar.

—¡Abrígate, hace un frío de mil demonios! —gritaste desde el living mientras  que en mi habitación corría a vestirme, manía de encontrarnos siempre que estoy en pijama; pero no me importa. Saco lo primero que encuentro: un sweater calipso, camiseta verde, bufanda, ropa interior en tonos lilas, calcetines y las botas de agua; tomo la chaqueta roja y vuelvo a tu lado mientras termino de atar mi cabello.

—Listo. Ya estoy de vuelta. Menudo panorama me tienes que tener, mira que mis horas de sueño son sagradas —. La sonrisa no ha dejado de bailar en mi rostro mientras te saco la lengua burlona. Cojo las llaves de la casa, y no olvido el mp3 con la música que hemos compartido infinidad de noches. Tú llevas mantas y café, es todo lo que necesitaremos para estar a gusto.

El camino es tranquilo, en silencio, disfrutando de la magia del sur que tanto nos gusta.

—Llegamos —dices golpeando con suavidad mi pierna.

Estaba tan sumida en el paisaje que no sentí tu llamado hasta que me tocaste. —Adelante capitán, a sus ordenes quedo —. Abro la puerta del auto y salgo, mientras tú sacas las mantas y el termo con café.

—Éste lugar lo recorrí hace años; lo descubrí casi por casualidad. Es un saliente en las rocas, da la idea de una gruta, casi como un parque jurásico. El paisaje es precioso, las estrellas se ven con claridad y deseaba compartirlo contigo pequeña.

—Espero que no tengamos que caminar demasiado, ya sabes que soy un poco vaga —bromeo.

La noche está fría, me abrigo un poco más con la bufanda y comienzo a seguir tus pasos en silencio, nuestro caminar interrumpe el silencio de aquellos parajes, estamos completamente solos. La noche nos envuelve; tu caminar es seguro, en cambio yo piso con inseguridad, temiendo caer o resbalar a cada paso. A pesar de las estrellas y la luna, que de vez en cuando asoma por entre las nubes, no doy pasos firmes.

—Pequeña, dame la mano, ahora el camino es una pendiente y no me gustaría que resbalaras—. Tus palabras son suaves, tu sonrisa genuina y tu mano cálida y segura. Sin dudarlo la tomo y la apretó con suavidad para retomar el camino que literalmente es cuesta arriba. De vez en cuando tiras de mi mano para que esté a tu lado y no detrás de ti, las palabras parecen estar de más. Sólo estamos tú y yo disfrutando de los silencios, de nuestros silencios, silencios que suelen decir más que las palabras, silencios que encierran toda la incertidumbre de nuestro sentir, silencios cómplices y protectores.

—Llegamos pequeña mía.

El paisaje que tenía en frente era maravilloso, las estrellas estaban al alcance de la mano; millones de puntitos blancos bailaban frente a mis ojos. El contraste que se producía entre la negrura del cielo y las estrellas era delicioso. En uno de los costados estaba la hendidura que parecía una pequeña cueva. Uno de sus costados estaba lleno de hierba y algo que podía ser musgo.

—Es precioso, nene —. Las palabras no lograban expresar todo lo que sentía, el gozo y el placer de tu compañía y que compartieras una parte tuya conmigo, algo que sólo yo me había ganado. Sólo atiné a abrazarte con fuerza, tratando de poner todo mi corazón en ese instante, que sintieras cada parte de mi alma.

Tus brazos soltaron las frazadas, para así cambiar lo que sujetaban por mi cuerpo. Me apretaste con fuerza; tus manos se aferraron a mi espalda, tu cabeza se hundió en mi cuello y dijiste, —Sólo dame ésta noche, pequeña.

Yo ya había elegido mi camino, sabiendo que la felicidad estaba contigo.

—Pequeña, ésta noche... ésta noche... seré infiel a mis ideas. Quiero serlo. Seré infiel a mis sentimientos, a lo que soy y como pienso. Te quiero para mi, entregada. Afuera lloverá, hará frio, quizás haya truenos y relámpagos, pero no habrá nada más que nosotros, ¿entendido?

No puedo negarme, tus palabras son claras y mis sentimientos también. Al menos en ese momento quiero ser completamente tuya, sin pensar en nada más; solamente dedicarme a sentir, a sentirte con todo mi cuerpo. Despertar las pasiones que por amistad mantengo ocultas, por respeto a los que nos rodean, y a la moralidad que no debería existir cuando se trata del corazón. Mi cuerpo tiembla entre tus brazos, mis mejillas están rojas, mi frente afirmada en tu hombro, y a la par siento tu olor, una mezcla a perfume y hombre, una delicia para mis sentidos despiertos.

—No hay animales salvajes ¿verdad? —te pregunto una vez que la intensidad del abrazo nos abandona suavemente. Estás tratando de encender un poco de fuego solo para que la espesura de la noche sea menos tétrica. Yo he acomodado las frazadas. Algunas han sido puestas en el suelo de tierra para amortiguar el frío y las otras simplemente están dobladas a un lado para servir como cobijas.

—No, aparte de mi no hay más bestias cerca. No las habrá esta noche pequeña mía. Ahora quítate la ropa, quiero sentirte, piel con piel, dándonos calor. No quiero que nada pueda impedir que te posea.

Siento vergüenza, no tengo el tipo de modelo, todo lo contrario, pero así y todo obedezco. Parto quitando las botas de agua, luego le siguen los calcetines que guardo con cuidado dentro para no perderlos. Mis manos van a la pretina de mi pantalón. Dudo sólo un instante antes de desabrocharlos y jalarlos hasta las rodillas. Luego hago lo mismo con la ropa interior y termino de quitar todo junto. Lo doblo con cuidado, y dejo a un lado con las botas. Sigo con la chaqueta roja, la bufanda, y así con cada una de las prendas hasta quedar completamente expuesta. Doblo las piernas y las abrazo para darme calor, el frío realmente se siente poderoso. Mis pezones se han puesto duros en cuanto me he quitado el sostén. Recién ahí levanto la mirada y veo tus ojos fijos en mi, ya estas desnudo y caminas hacia mi sonriendo.

—Ven pequeña mía, deja que te mire. Verte quitar la ropa con esa calma, han hecho que sólo desee tomarte, sin aviso, sin control. Sólo satisfacerme de ti, que seas todo y nada…

Tus brazos me envuelven protectores mientras nos abrigamos con las mantas. Tu aliento está en mi nuca; besas mi cabeza; luego tu boca busca el hueco que se forma entre mi hombro y mi cara, muerdes con suavidad. Puedo sentir la calidez de tu cuerpo y la mano que no me abraza recorre mis piernas; aprietas mi trasero, lo abres. Sin previo aviso, sin siquiera una señal, siento tu miembro entrar sin piedad, fuerte, de una. Sé que lo esperabas hace mucho. De mi boca escapa un quejido trémulo, dolor, sorpresa, placer... todas las emociones se agolpan en una sola. Tú no dices nada, sólo me abrazas más fuerte. Quieto esperas a que me acostumbre a ti. Perezoso jugueteas con mis pezones a la par de los mordiscos en mi hombro. Comienzas a dejar en ellos una marca que tomará un color violáceo cuando llegue la mañana. No puedo ni quiero alejarme; estoy a gusto aquí, a tu lado, siendo sólo yo, y sintiéndote sólo a ti.

—No me conoces pequeña mía. Soy romántico y delicado, pero no me conoces. No sabes de mi violencia, de mi morbo, de mis fantasías... de lo que haría contigo. No sabes en lo que te quiero convertir —. Tomas aire como si te costara continuar. —Lástima que nunca lo sabrás pequeña, por lo que esta noche sólo quiero que imagines, y que me digas… —. Tu pausa me estremece. —Que me digas lo que deseas, lo que quieres en la persona que te domine. Yo sólo escucharé tu cantar, tus palabras... y todo esto mientras estoy dentro tuyo, mientras te poseo profunda y suavemente —. Tus palabras son una orden. Lo siento en toda mi alma. Me lo dices pausadamente, pero el poder en tus penetraciones no deja lugar a dudas de la orden. La presión de tus manos en mis pechos, y la dureza de tu cuerpo, todo me indica que quieres ser obedecido sin cuestionamientos.

—Busca en tu interior y dime TODO lo que buscas, lo que deseas. Quiero saber de tu sumisión sin peros, sin tapujos.

El silencio nos envolvió mientras pensaba mi respuesta. Miles de ideas pasaron por mi cabeza, pero poco a poco lo esencial quedaba al descubierto, con voz trémula comencé a responder,
—Quiero un Amo que pueda ser romántico y delicado a la vez; un Amo que sepa que puede hacer todo lo que quiera conmigo. Que no deba reprimir sus instintos. Que así como yo le doy mi sumisión absoluta él me de sus deseos, anhelos, fantasías. Quiero un Amo que marque su territorio, que me marque como suya. Que la pertenencia no pase solo por un collar, sino también pase por los sentimientos. Que me legitime de esa manera… —. Me quedo en silencio unos minutos, buscando las palabras para expresar lo que siento. La confusión y la realidad de mis propios deseos me asusta… —Quiero un Amo que saque lo mejor de mi perversidad. Un Amo que me use a su antojo. Un Amo que valore mi entrega, que disfrute de mí. Que se sienta seguro de la perra que tiene al lado. Que me confíe hasta lo que él niega de su perversidad. Quiero un Amo que sepa escuchar. Uno con el que no necesite ser correcta. Un Amo caliente que disfrute de la carne de mi cuerpo, que me lleve a los límites y más de la inmoralidad. Un Amo intenso, sin miedo a parecer débil o ser menos Amo al decir que le agrado o hago falta…
—. Cuando termino de hablar mi cuerpo tiembla, no por el frío, no por tus embestidas que no han cesado mientras yo hablaba, sino por la verdad de todo lo que digo. Me golpeas con fuerza, pero estas ahí, abrazándome, conteniendo el torrente de emociones.

—Pequeña, tus palabras me emocionan y excitan. No sabes cómo deseaba eso, franqueza. No dejes de sentirme, siénteme dentro tuyo, invadiendo tu cuerpo, siendo completamente mía. Ya no quiero saber nada, me comeré mis preguntas indiscretas sólo por el hecho de sentirte mía. Mira las estrellas mientras te poseo. Siénteme, disfrútame por esta noche. Llénate de mí, como yo estoy lleno de ti.

Te siento en todo mí ser. Mi corazón late con fuerza. El dolor de la brusca penetración ha dado paso al placer más exquisito. Quiero mover mis caderas un poco, sólo para sentirte más en mi interior, pero me sujetas y lo impides. Por mi mente pasan las temidas palabras: “Te quiero”, pero las muerdo a tiempo. No arruinaré el momento mágico con esas palabras, no lo hare hoy, que soy completamente tuya.

—Deseo poseerte, hacerte mía. Deseo que me sientas tu dueño, Amo y Señor por estas breves horas. Quiero serlo y lo seré mientras estés en mis brazos… Tengo tu sexo tan cerca, mi perra, puta mía, sumisa y esclava, mi propiedad —. Cada una de tus palabras es acentuada con un apretón doloroso en mis pezones ya hipersensibles, —te deseo. Te deseo desde el primer momento en que te vi hace ya tanto tiempo. No eres mía, lo sé, pero esta noche, por Dios que esta noche seré todo lo que buscas, lo que anhelas, lo que te niegas. Lo quieras o no, soy lo que buscas y necesitas.

—Y yo Señor, ¿soy yo lo que buscaba? —. Pregunta traidora. Muerdo mi mejilla con rabia. ¿Cómo podía hacer esa pregunta? Daba igual, pero ahí estaba como una idiota preguntando.

Reíste antes de responder. —Perra mía, yo no buscaba nada. Realmente no buscaba nada. Putas me han sobrado siempre, lo mismo que perras, mujeres y sexo. Cuando te conocí simplemente deseaba algo diferente. No sexo sin sentido. Deseaba algo más... y entraste en el bar, en mi vida, te adueñaste de algunos de mis espacios y tal vez te volviste necesaria. Ahora siénteme pequeña. Siénteme porque será la primera y última vez —. Te vuelves salvaje, duro, sin piedad. Tomas mi culo sin preguntar. Sólo asaltas la carne que voluntariamente te he entregado. —¡Siénteme, siénteme pequeña!

—¡Te siento! —grito sin saber por qué, tal vez para dar énfasis, no lo sé. Sólo te grito para ser escuchada —¡Te siento en todos lados. Te siento tanto que dueles. No quiero que esto acabe. No quiero que tu control me deje. Te siento en mi alma, dominándola, sumiéndola en tus deseos. Te siento en mi cabeza, ¡en todos lados! —. Es tan difícil todo, tan complicado. Que ganas de no ver amanecer. Una noche eterna en esa gruta, en nuestro rincón.

—Bésame perra mía. Bésame con fuerza, mi dulce niña —. Obedezco de inmediato. Volteo mi cara sólo un poco para encontrarme con la tuya. Busco tus labios. Los toco con mi lengua, los dibujo en mi cabeza. Mi lengua busca la tuya, tan húmeda, tan cálida, tan prometedora. No sé cuánto dura el beso, sólo sé que me pareció cortísimo. Cuando te separaste de mi, el vacío se notó de inmediato. Faltabas ahí para completarme.

—Perra mía. Mi dulce, pequeña, tierna y hermosa perra. Recuérdalo… sólo dame ésta noche.