lunes, 12 de noviembre de 2012

Si despiertas al animal


Si despiertas al animal... tendrás que calmarlo —susurraste en mi oído, mientras tus brazos me cerraban el paso hacia cualquier escape. —Ya te tengo aquí... apartada y arrinconada. Tú empezaste... ahora anda hasta el final mujer, no quiero puntos medios de ti —. Tu voz simplemente me pierde. Te beso salvaje. No hay una mujer, sólo una hembra deseosa de ti. Te muerdo, araño tu espalda amplia, recorro tu mandíbula. No hay un orden ni un cálculo, simplemente tomo lo que tengo cerca. Sólo busco llenarme de tu sal, de tu sudor… Murmuras en mi oído. No sé qué dices. Mi respiración es irregular mientras saboreo y disfruto de ti, de tu salvajismo, de tu tomar y usar, sin consideración más que la satisfacción de saber que te pertenezco y estaré siempre ahí, para ti, cuando desees tomarme, siempre en mi rincón, esperando por una palabra, un gesto, una mirada…

Gotas de excitación corren por mi pierna. Acaricio la base de tu verga con mi mano. Tu mirada recorre mi cuerpo. Veo deseo, hambre cruda. Un hambre primigenia te llena. Puedo sentir tu corazón salvaje. Tus ojos miran tu miembro duro, listo y dispuesto para tomarme.

—Siente mis nervios —susurras. Me besas una y otra vez. Tus dedos abren mi boca. Me vuelves a besar, tiemblas, y nuevamente me besas. Señalas una mesa, al lado hay ropa colgada: un vestido entero, de una sola pieza, rojo, tu color favorito para ver sobre mí… Me alejas. En silencio entiendo tu petición. Camino temblorosa hacia la mesa, tomo el vestido y me lo pongo… Tiemblo… Está frío, pero mi piel está tan caliente que la tela se entibia de inmediato. Apenas cubre mis nalgas, la mitad de ellas. Te miro, mi cara está roja, mis ojos brillan.

Tiemblas. Me apuras con la mirada. Me miras. Estoy descalza, el pelo suelto, el vestido cubriendo solo la mitad de mis nalgas. Tomas mi mano, y me acercas aun más a la mesa. Hay 4 pequeños pilares… Me aprietas a la mesa sin piedad. Doblas mi cuerpo, mis pechos se aprietan a la madera fría. Tomas una de mis manos, la amarras al poste más alejado. Tu mano baja por mi espalda, llega a mi trasero, masajeas con fuerza la piel. Hundes tus manos en mi carne, me marcas como tuya una vez más. Un golpe… ardor… placer… otro golpe de tus manos. Tu pecho se recuesta sobre mi espalda. Amarras mi mano izquierda al barrote que desocupado está. No me puedo mover. Mi culo está expuesto. El vestido ya no cubre nada, se ha enrollado en mi cintura. Poco te importa… Te alejas de mi cuerpo, me siento vacía sin tu calor. No pasan más que unos segundos, tu calor vuelve a mi cuerpo, tus manos en mi cara. Me amordazas. Tiemblas con lujuria loca. En silencio no me dices nada, sólo te sirves de mí.

Tus manos queman. Las yemas de tus dedos sudan. Tiemblas... Mordisqueas y chupas mis nalgas. Lames como un perro no solo la abertura de mi trasero, sino también la raja de mi sexo húmedo, necesitado de ti. Te conozco, me estas preparando para lo que viene. Tu lengua llega al centro mismo de mis nalgas. Lames, escupes… una… dos… tres veces para lubricar. Te levantas. Tus dedos toman el lugar que tu boca ha dejado libre. Tu respiración está en mi cuello, en mi oído.

—Grita... quiero oírte gritar... grita fuerte... la venda hará que no se escuche mucho… —. Tus dientes apretados susurran esas palabras. Quieres perder el control. Todo tu cuerpo grita. Yo, en cambio, estoy perdida en ti. Empujas mi cuerpo aun más a la mesa. Tu verga dura se posiciona en mi ano. Empujas. Me tenso… No te importa, sigues empujando, sabes que en algún momento simplemente dejaré la resistencia y me abriré a ti como tantas otras veces. Golpeas mi trasero. Mis sensaciones se mezclan… dolor… ardor… placer. Te acomodas. Me tienes a tu merced, dominada. En cambio tú me usas, me tomas como un animal. No hay piedad, sólo el sonido ahogado de tu respiración agitada. Sólo el choque frenético de tus caderas. Tus manos se afirman en mi cintura. Haces que mi cuerpo salga al encuentro del tuyo. Eres solo sexo…

Tus golpes son frenéticos. Tus dedos acarician mi vagina. Disfrutas de mis jugos. Siento tu miembro crecer dentro de mi ano. Golpeas con fuerza. El sonido ya no es seco, es húmedo, pegajoso. Tu simiente está por derramarse en mi interior. Una de tus manos se entierra en mi carne mientras un aullido de placer escapa de tus labios. Tus golpes no son tan seguidos, pero sí intensos. Has marcado tu territorio. Soy tuya, te pertenezco. Sigues temblando. Respiras como loco. Sacas tu verga. Te agachas. Abres mi culo. Te encanta mirar como sale tu semen de mi abertura. Acaricias, me ensucias aun más. Te alejas. Me miras, y ahí me quedo para ti, expuesta, abierta, simplemente tuya...



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