lunes, 12 de noviembre de 2012

El nazareno y la puta (I)


¿Quién soy? Una puta palestina. Mi historia no se diferencia demasiado a la vida del resto de prostitutas de la región, todas damos placer a cambio de unas cuantas monedas y poco más.
¿Qué me hace diferente? La historia que ahora deseo relatar, cómo sin darme cuenta, sin esperarlo me vi envuelta en la mejor cosa que me ha podido pasar en la vida, mi propia historia de amor y placer. Cuando esto comenzó era un día normal de trabajo, los hombres llegaban a  mi casa sin tregua, yo en mi camastro los recibía como si fueran la única cosa preciada en mi vida, los atendía como reyes, satisfacía cada una de sus peticiones, mis muslos siempre abiertos para ellos, entregados, húmedos  y calientes. Esos hombres que tomaban mi cuerpo buscando solo una satisfacción momentánea, como dos o tres golpes entre mis piernas sudorosas y me dejaban llenas de su simiente, uno tras otro llenaban mi sexo resbaloso, siempre lograba sentir el semen corriendo por mis muslos, algunos hombres me toman como si fuera un caballo, mis nalgas  también están siempre llenas de sus mucosidades,  el olor a cuerpo y sexo llena la habitación, el calor siempre  sofocante, pero es mi trabajo y disfruto con él.

Ese día hacía calor, estaba esperando al próximo hombre al que debía atender, el lino de mi camastro estaba mojado por el sudor de tantos hombres, mi cuerpo latía adormecido, ansioso por más, mis pezones estaban duros, dispuestos para ser lamidos si el amante era educado, sino lo era estaban ahí listos para ser tironeados como ubres, simplemente ahí estaban para ser usados de la manera que se estimara conveniente, no deseaba nada más que un cuerpo en mi interior. Pasaron los minutos, y nadie entraba al cuarto que ocupaba, me levanté y me asomé a la entrada, el calor golpeó mi cuerpo, la calle siempre abarrotada hoy estaba vacía, algo debía estar pasando en el centro  el pueblo, volvía a entrar, me puse la túnica que colgaba como un fantasma  de un poste que servía como sostén para la casa.
Comencé a caminar con lentitud mi cuerpo regordete se movía con sinuosidad, casi un andar felino, el pelo suelto, alborotado, mostrando mi pecho derecho,  junto con parte de mi hombro. El sudor caía por mis senos y mi cuello, pero la curiosidad podía más, quería saber qué era tan importante para dejarme sin clientes en la tarde. Lo primero que llegó a mis oídos fue el murmullo rápido de la gente, y luego una voz que sobresalía por la del resto, no podía ver nada solo el lino de las túnicas, pies descalzos de la gente, y así me fui abriendo paso entre la gente, algunos hombres tocaban mi cuerpo con deseo, apretaban mis nalgas, recorrían la curva de mi seno, incluso algunos más valientes trataron de apretarme a sus cuerpos , mas me retiré a tiempo, solo tenía en mi cabeza la voz de aquel extraño, era ronca, para mi sonaba musical, fuerte, segura de sí misma, hablaba del amor de su padre , del camino del bien, y cosas que ya no recuerdo, simplemente quería verlo, las palabras que a mi cabeza entraban se transformaban en suciedad, en palabras obscenas, mi cuerpo temblaba con su poder, mis piernas parecían no poder resistir mi peso, era tan fuerte la emoción que me embargaba, tan caliente.

Mi respiración quedó atascada en mi garganta cuando llegué a la fuente donde el hombre estaba, al principio solo vi a unos hombres  sentados en el suelo, escuchando con atención sus palabras, los recorrí a cada uno, la mayoría eran hombres  de mediana edad, no más de 20 o 30 veranos, de piel oscura, pelo negro, todos vestidos con sencillez, entre ellos una mujer destacaba, tenía cuerpo de bailarina, su pello llegaba hasta el piso , o eso pensé, no pude verle la cara pero parecía joven, por lo menos sus manos así lo decían. Cuando mis ojos por fin encontraron al Nazareno, mi voz quedó atascada en la garganta, nuestras miradas se encontraron y el deseo hizo que me perdiera, simplemente era maravilloso, unos ojos oscuros y penetrantes, mirada taciturna, triste tal vez, una nariz fuerte y altiva, como si de un gran señor se tratara. Sus labios eran delgados, y se inclinaban hacia la derecha en un rictus sensual a mis ojos, perverso tal vez, excitante;  su cuerpo cubierto por el lino dejaba todo a la imaginación, un pecho y espalda amplios, dispuestos para el amor, con mucho vello rodeándolo, hirsuto lo imaginé, caliente, muslos fuertes acostumbrados a caminar, brazos que te pueden coger sin mayor esfuerzo cuando se trata de amar.
Su mirada simplemente me desnudó, me dejo como la ramera que era, sin nada más que ofrecer que mi cuerpo, mi pecho se elevó, en silencio le ofrecí mis senos maduros, deseando con fuerza que los tomara con su boca y lengua, abrí las piernas, deseando que viera la humedad entre ellos, que sintiera la pasión que por él sentía, solo él había hecho vibrar mi cuerpo con tan solo una mirada, deseaba poder enterrarme entre sus piernas, lo desee con todas mis fuerzas. Sonrió, si, sonrió para mí, como si intuyera mi estado, esa sonrisa me prometió placeres que no  llegaría a conocer nunca en mi vida y creí, creí en esa promesa sin palabras.

*****

Tres golpes rápidos en mi puerta significaba que alguien necesitaba de mis atenciones, y eso sentí el día después de mi encuentro con El Nazareno, tres golpes en mi puerta, cuando abrí simplemente no lo podía creer, uno de los hombres que acompañaban al hombre que en tal estado de excitación me había dejado estaba en mi puerta, mirando nervioso dentro, como si esperara encontrar a alguien en él.

 — El Maestro te quiere ver. Vístete rápido y sígueme — fue todo lo que dijo, antes de cerrar la puerta en mi cara. La emoción corrió por mi cuerpo, adrenalina pura, podría verlo, era lo único que podía pensar, no tenía nada que arreglar en mi, así que nada más cerró la puerta la abrí nuevamente, y ahí  estaba el hombre. Me miraba con deseo,  como si no pudiera esperar para poner sus manos sobre mi cuerpo, sus ojos pasaban de mi pecho a mis nalgas, sus manos se movían  con nerviosismo mientras me guiaba a la salida del pueblo. Se detuvo en la  última casa era la más alejada, una puerta de madera la aseguraba, podía ver a través de las ventanas la luz de las lámparas de aceite, murmullo de voces llegaron a mis oídos, risas y algo más que no pude identificar. Me hizo entrar y lo primero que vi fue a la mujer joven que la tarde anterior estaba entre todos ello, estaba desnuda, con el pelo casi tan largo como lo  había imaginado, se ubicaba entre dos de los hombres (también desnudos) la tenían de pie sobre un banco de madera, uno entraba y salía de  su ano, sus manos le apretaban los muslos y los abría para darle más espacio a su virilidad. El otro hombre estaba entre sus piernas, agachado, con la cabeza perdida en su vagina, le estaba dando lametones a la fuente de su placer. La pobre muchacha sudaba, el pelo caía por sus pechos cubriéndolos, instintivamente estiré una mano para ver que se escondía bajo ellos, pero el hombre que me acompañaba negó, con la cabeza me indició que siguiera tras una cortina que se veía al fondo, él en cambio comenzó a quitar su propia ropa, obviamente para unirse al juego de los otros dos hombres.

La escena me había excitado, mis pezones estaban ya duros, mi vagina hormigueaba  cuando traspasé la cortina lo primero que vi fue una cama,  la luz de una sola lámpara alumbraba la habitación, el olor a incienso llenó mis fosas nasales, sándalo, ese era el olor, no había nadie por lo que solo avancé unos pasos más hacia el interior, jugueteaba con mis dedos nerviosa, atenta a cualquier ruido, solo escuchaba los gemidos ahogados de la mujer en la otra habitación y eso solo me hacía querer unirme a ellos, pero ahí estaba … en una habitación en penumbras  sin saber qué hacer. Mi espera no duró demasiado, unos brazos fuertes  me tomaron por la espalda, las manos se fueron directamente  a mis pechos, masajeando con suavidad, apretando mis pezones por sobre la delgada tela que me cubría, podía sentir un poco más arriba de mis nalgas el miembro del hombre que me tocaba, un roce me hizo sentir la dureza de su pasión, su aliento jugueteó con mi cuello, su lengua recorrió el borde de mi oreja, y sus manos no se detenían, las caricias cada vez eran más exigentes, pidiendo más piel, más placer. Mi túnica desapareció, estaba desnuda y sus manos recorrían  mi vientre, bajando hasta mi monte de Venus, su barba rozaba mi cuello, lo mismo que sus dientes y lengua, mordisqueaba todo lo que a su paso estaba, no dejaba nada sin recorrer, como si quisiera llenarse de mi cuerpo y la sal de mi piel.

Cuando sus manos se enterraron entre mis pliegues femeninos el gemido que había estado reteniendo se escapó sin que pudiera detenerlo, su boca estaba en mi espalda  y bajaría aun más, podía sentirlo en todo mi cuerpo. Sus dedos eran hábiles, acariciaban los puntos exactos para hacerme temblar de placer, mis piernas temblaban, ya no me controlaba, movía mis caderas ansiosa, desesperada por encontrar la liberación deseada, pero nada venía, él parecía saber cuándo detener sus caricias; la boca ansiosa, recorría mis nalgas, masajeaba con fuerza, apretaba, daba suaves golpes tanteando el terreno, su lengua abría ambas posaderas, buscando aquel oscuro lugar del placer.

 —Dobla tu cuerpo  un poco — Cuando la orden llegó a mí, estuvo a punto de estallar de placer, era la voz, su voz, el hombre que me tocaba como un profesional del amor, era él. Sin mayor demora obedecí, doblé mi cuerpo solo un poco, no tenía ningún apoyo, por lo que mis manos se afirmaron en mis propias piernas. Cuando la lengua comenzó a recorrer toda la longitud que separaba mis nalgas, grité, la humedad entre mis muslos era tanta, que podía sentir como se filtraba por mis muslos, su lengua hacía maravillas, tocaba alrededor de ese agujero de placer, pasaba por él pero no lo tocaba y eso era lo que yo deseaba, que metiera su lengua y me volviera loca de placer...

Continuará....







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