La llamada llegó, como todo en ti, de manera
inesperada y a una hora en la que una dama debería estar definitivamente
durmiendo.
—Tienes media hora para estar lista, te paso a buscar en 45 minutos. Quiero
llevarte a un lugar especial, te quiero vestida como la puta que eres —.
Dijiste antes de colgar el teléfono.
Me quedé unos minutos con el móvil en la mano
sin atinar a nada. Mi aspecto era el que correspondía a un día sábado a las 12
de la noche: mis pantuflas favoritas, unos jeans bastante desteñidos y, para mi
vergüenza, la parte de arriba del pijama, ese pijama con la sexy tortuga en su
borde inferior.
Dios, odiaba tener que pensar en la ropa que usaría. Suelo ser tan
descuidada... pero aun así busqué aquello con lo que deseabas verme. Con
cuidado saqué una mini falda negra de cuero, la que había comprado pensando en
ti y que me quedaba justo a la mitad de los muslos, una polera a juego con la
falda con un escote recatado, aunque eso si, en la espalda tenía una abertura
considerable hasta la mitad de la misma. Dudé si llevar algo más para
protegerme del frío, sobre todo en las piernas, y finalmente decidí que no,
simplemente me pondría los zapatos, aquellos tan lindos que demoré tanto en
elegir. La tienda on line donde los compraba era para salir sin dinero, pero aun
así ahí los tenía. 10 centímetros de tacón, todo de color negro con una especie
de sol en tono rojo... preciosos.
En 15 minutos ya estaba lista: mi pelo había sido tomado en una coleta, los
ojos delineados con suavidad simplemente para marcar profundidad, unos aros con
forma de hoja me daban el último toque. Ahora sólo quedaba esperar a que
llegaras y esa era la parte difícil; las ansias por verte y la emoción por
saber a qué lugar me llevarías, hacían que mi corazón y cabeza no dejaran de
fantasear. El timbre me sacó de mis ensoñaciones. Miré el reloj y sólo habían
pasado 10 minutos. Para variar llegabas con antelación. La puntualidad era otro
de tus distintivos.
—Pequeña… —. Tus ojos me recorrieron completamente cuando abrí la puerta. Tu
saludo era una mezcla entre jadeo y alegría por verme lista. Diste un paso
hacia mí y tu mano izquierda fue a mi nuca, tomaste la coleta y guiaste mi
cabeza directamente a tus labios aferrándote a ellos. Tu lengua marcó una vez
más su territorio, mientras tu otra mano se enredaba a mi cintura apretándome a
tu cuerpo, queriendo fundirte en el abrazo. Bajaste por mi espalda, tu mano se
entretuvo en mi trasero tocando el cuero de la mini, levantándola para
acariciar la piel que la ropa interior no cubría.
—Mmmm… Si, así te quiero pequeña, dispuesta, siempre dispuesta —. Tu voz era
ronca. La lujuria ciega nos envolvía, pero siempre tu autocontrol podía más. Me
alejaste de ti, estiraste tu camisa y me jalaste hacia afuera, sin llaves, sin
celular, simplemente entraste a coger la chaqueta y cerraste la puerta. Una vez
en el auto comenzaste a dar las instrucciones para mi comportamiento de la
noche. —Iremos a bailar mi pequeña, quiero que conozcas un lugar donde la
lascivia y la lujuria bailan de la mano con las personas. No es necesario que
hables, simplemente quiero que te dediques a observar a la gente, sus
movimientos, la forma en la que se relacionan los hombres y las mujeres cuando
la pasión puede más que la razón —. Mientras hablabas tus manos no dejaban de
acariciarme. Una de tus manos en el volante, la otra recorriendo mis piernas,
apretando mis muslos, haciendo que mis sentidos se despertaran con tu toque
salvaje.
Habíamos llegado, estacionaste en una calle
sin salida, en la que a la mitad se veían unas luces brillantes y mucha gente
haciendo cola para entrar. Bajé del auto en silencio, tú llevabas mi chaqueta y
me la pasaste al llegar a mi lado, hacía frío.
—Adelante, camina, yo te seguiré —. Tu manó golpeó mi trasero con suavidad
incitándome a que caminara.
Mientras me ponía la chaqueta y dirigía mis
pasos hacia las luces, miraba cada tanto hacia atrás para ver si me seguías. No
quería perderte entre el gentío y ahí estabas siguiendo mis pasos como una
sombra. La gente ahí presente, sobre todo los hombres, miraban mi cuerpo como
si se tratara de una novedad. Debo decir que no soy precisamente una modelo,
así que tal vez el andar vestida tan provocativa obviaba el hecho de los kilos
de más que tenia, con curvas bien puestas, pero kilos de más al fin y al cabo.
Sentí tu mano en mi trasero nuevamente, me quedé quieta, y tu voz susurró en mi
oído…
—No mires hacia atrás, no te dejaré, ahora espérame en la puerta, y no te des
vuelta.
Estaba sólo a unos cuantos metros de la
entrada y los caminé siempre digna. Mi trasero se movía con suavidad, me sentía
bella, sexy y sobre todo deseada por ti, y eso era suficiente para hacerme
sentir en las nubes. El ruido de la gente, además de la música que salía por la
entrada, invitaba a bailar, a sentir. No conozco demasiado la salsa, pero los
acordes llegaban a mí con gracia. Tu mano rodeó mi cintura y me sentí en calma.
Fiel a ti no había mirado nuevamente atrás, sólo a la gente que me rodeaba, las
miradas femeninas y las masculinas cuando tu mano bajó descaradamente a mi
trasero, lo apretaste con fuerza, diste un golpe suave y me hiciste entrar ante
la mirada atónita de la gente.
El lugar estaba en penumbras en el centro de la pista de baile, alrededor
varias mesas con luces pequeñas apenas iluminaban a las personas. El olor era
extraño, por un lado tintes florales, como los típicos sprays, por otro lado el
olor a cigarro y alcohol, además del olor a cuerpo. No era desagradable pero sí
incómodo si venías del exterior. Aún así caminamos por entre las mesas ocupadas
hasta una vacía, al lado no había más que un grupo de hombres que entraron
antes que nosotros. Te sentaste en la silla que estaba cerca de la pared, a mi
en cambio me dejaste la silla que estaba más expuesta, no sólo para el resto de
las personas, sino también para ti. La luz de la mesita me daba de lleno en la
cara y el cuerpo y eso me ponía nerviosa, estar a tu merced hasta en mis
gestos, verías como muerdo mi labio, manía que tengo cuando estoy nerviosa;
pero ya la conoces, sabes que me pongo así cuando estoy cerca de ti, sabes que
la timidez me invade, pero aún así estas ahí, a mi lado.
—Pequeña… —. Tus ojos estaban fijos en los míos, tu cara estaba seria, casi
como si ninguna emoción te embargara. —¿Estás segura de todo esto? ¿Quieres
seguir adelante y conmigo? Si es así, quiero que te levantes, quites tu
chaqueta y te vuelvas a sentar, hoy todos te observaran como lo que eres.
—¿Uh? Claro que quiero seguir contigo —dije al
tiempo que me levantaba y comenzaba a bajar el cierre de la chaqueta. Quité la
manga derecha con cuidado, y luego le siguió la izquierda. Cuando ya la tuve en
mi mano, simplemente giré un poco mi cuerpo para poder colgarla detrás de la
silla y sentí como, al agacharme levemente, la minifalda se levantaba un poco,
pero no hice nada, sabía que estabas mirando cada movimiento que hacía.
—Ahora siéntate y cruza tus piernas, quiero
que tus muslos queden al descubierto.
—Uhmmm… —, así respondí a tu petición mientras
me sentaba. Como tengo los muslos grandotes al cruzar las piernas realmente
dejo poco a la imaginación, por suerte la ropa interior hizo lo suyo y no pasé
tanta vergüenza mostrando toda mi humanidad y la que de paso te había regalado
voluntariamente.
La música sonaba suave y ambos teníamos un trago frente a nosotros. Tú lo
bebías a sorbos pequeños, yo en cambio miraba el mío con recelo, no me gusta el
alcohol a no ser que la ocasión lo amerite, pero si por mí fuera no probaría
nada. A mis oídos llegaba la música con suavidad, ritmos que invitaban a
bailar. Sentía la música en mi cabeza, repetía la letra sin ni siquiera saber
como la conocía, pero ahí estaba, cantando mientras te miraba.
“Tiemblo, cada vez que te miro a los ojos,
sabes que tiemblo, cada vez que tu cuerpo se acerca a mi cuerpo yo tiemblo”.
Me sonreíste, me derretí y te devolví la sonrisa,
aquella típica sonrisa de medio lado que siempre te regalo, además te guiñé el
ojo derecho, cómplice. Me devolviste más que una sonrisa cómplice. Me
devolviste un beso, uno profundo que dejó mi cuerpo temblando y despierto. Me
besaste a conciencia, mordiendo no sólo mi lengua, sino también mi labio
inferior antes de separarte.
—¡Me encantas pequeña! Ahora mueve ese culo delicioso y vamos a bailar.
Te levantaste y me tomaste de la mano para que
te siguiera. En la pista sólo había un par de parejas bailando, o al menos
intentándolo ya que la salsa es rápida y la mayoría solo éramos aficionados al
baile. Tus manos se afirmaron en mi cadera, me apretaste a ti, y suavemente
tratamos de seguir el ritmo sin dejar de mirarnos. Nuestros cuerpos se buscaban
en el baile, apretándonos el uno al otro, tratando de encajar, de sentirnos. Te
sentías tan bien, tan cálido, amabilidad y sensualidad, viviendo en las
dualidades, erótico y romántico, salvaje y tierno, justo lo que deseaba para
mi, que fueras mi complemento.
Tus manos ya no sólo estaban en mi cadera, ahora recorrían mi espalda,
apretando, sintiendo.
La música pasó a un tercer plano, ahora sólo
importaba el tocarnos, el sentirnos parte del otro. Tu cabeza se escondió en mi
hombro, o yo la escondí en el tuyo. No lo sé, sólo sentía tu olor, tibio y
dulzón. Un golpe suave en mi trasero, un apretón, un mordisco en mi cuello
descubierto. Tu mano jugueteaba en mi culo y con descaro levantaste la ropa.
Estaba paralizada, bailando por inercia. Tenía ganas de detenerte, decirte que
pares, que la gente estaba mirando, pero sabía que eso sólo haría que hicieses
una exploración aún más a fondo.
Seguiste jugando con mi cuello, sólo que ahora
tus manos eran más atrevidas; las sentía bajo mi ropa interior. Estábamos a
vista y paciencia de todos. Estabas excitado y caliente, al igual que yo. Un
gemido bajo, mezcla entre vergüenza y ganas de más, se me escapó. Tus dedos
estaban entre mis nalgas, acariciando lo que podían dada la situación en la que
nos encontrábamos. Me apreté contra tu sexo y lo sentí duro; me froté contra
él; tu mano tomó una de las mías y la llevaste hacia tu miembro.
—Eso que tienes en la mano pequeña, esta noche
te tomará, te poseerá y no podrás negarte ¿Entendido? —. Asentí frenética; mis
ojos brillaban con anticipación y lujuria. No me había dado cuenta pero
llevábamos bastante tiempo sin movernos. Tu boca buscó la mía y me besaste con
ternura, esa ternura que me hace estar a tus pies, esa ternura que terminó por
ganar mi voluntad y hacerla tuya.
* * * * *
De vuelta ya en la mesa, limpié un poco el
sudor que estaba en mi cuello, y aproveché para amarrar mi pelo que había ido
perdiendo firmeza. Tus manos estaban en la mesa sin dejar de mirar alrededor.
Mis ojos siguieron el recorrido que hiciste y varios hombres y mujeres estaban
mirándonos.
—Te están desnudando con la mirada pequeña; fíjate en sus ojos, no se separan
de tu cuerpo.
No te creí. Más bien creía que simplemente les
pareció impresionante que una mujer se dejase tocar así en público, pero me
guardé mis comentarios y bebí un poco del trago que aun estaba sobre la mesa.
Amargo. Así sentí el primer sorbo, mi cara se arrugó con disgusto mientras
tragaba y tu risa llegó a mí. Obviamente te causaba gracia que perdiese la
“dignidad” con algo tan insulso como licor, pero era así, la poca costumbre
tenía la culpa.
—No te rías, es vergonzoso —gruñí.
—No, no lo es. Es gracioso y me gusta que sea así de divertido. Es una de las
cosas lindas que tienes —. Al decir eso me lanzaste un beso, y todo quedó en
risas, dando paso al análisis de los hombres que estaban en la mesa contigua.
Llevaban mucho rato sentados, mirándonos, charlando entre ellos, pero sin
bailar.
—Pequeña, levántate y ven aquí.
Tú te habías levantado también. Al estar cerca
de ti, tus manos fueron directamente a mi trasero. —Ya nada nos separará esta noche pequeña.
Hace tiempo, tan sólo te pedí una noche... ahora las quiero todas. Te quiero
aquí, satisfaciendo mis deseos, recorriendo conmigo cada tramo del camino. No
quiero nada a medias tintas ¿Entendido?
—Entendido —. Dios, mi corazón latía con fuerza. Tal vez no me estabas pidiendo
con formalidad que fuera tuya, pero en tus palabras y acciones estaba implícita
la petición, y la aceptaba. Mi elección siempre habías sido tú, sólo que hoy,
en este baile tan particular, la confirmaba.
Ya
no sólo habría una noche, ahora las tendrías todas.